Se encamina el
mes de agosto hacia su fin, con su legado de calor y humedad, que a buen seguro
se prolongará hasta bien entrado el otoño, y se reabre la inquietante duda
acerca de si volveremos a sentir caer la lluvia refrescante. Aunque este año el
cielo apenas engaña, apenas da muestras de que pueda descargar algún aguacero
purificador.
Especialmente
hiriente en ese sentido fue el verano de 1984, año predoctoral. Después de
bastantes días de mañanas plomizas, las nubes se mostraban inmisericordes, una
y otra vez, hasta hacer desaparecer la esperanza. Aunque también la experiencia
deja bien a las claras que esa frustración es preferible al temible azote de
las aguas torrenciales y devastadoras.
Me vienen a la
mente tales recuerdos y evocaciones cuando trato de encontrar un título a una
relación de cuestiones y ejercicios de Sistemas Fiscales, que, con esta
denominación genérica, constato, arrastro desde hace años. Me doy cuenta de que
la primera vez se remonta al año 1987, después de cubrir una primera etapa
docente. Quizás deba ahora incorporar el número de cuestiones y ejercicios
incluidos, a efectos de diferenciación, aunque en esta ocasión la cifra acumulada
(249) no responda a ninguna referencia canónica.
Sumido en estas
cavilaciones compruebo que, casi desapercibido, mimetizado entre los objetos
del escritorio, el marcapáginas que alguien me regaló hace tiempo sigue
proclamando un imperecedero mensaje de Albert Einstein: “The important thing
is not to stop questioning. Curiosity has its own reason for existing”. En
otro extremo de la mesa releo otra frase inscrita en una regla de madera: “Cambiaría
10 conversaciones con Einstein por una cita con una bella corista”, al
parecer pronunciada por el autor de “La peste”. ¿Tendrá esto algo que ver con
el críptico mensaje que recibí justamente hace ahora un año: “La clave está
en Camus”?
El vértigo y el
aturdimiento son inevitables.
“Tanto rodar
y estamos otra vez en donde lo dejamos…”, canta Serrat en una de sus más
entrañables canciones. ¿Será, tal vez, que, cuando el final se avecina, uno
vuelve sin querer al punto de partida? ¿O quizás todo ha sido una mera
ensoñación? Puede que el viaje no haya existido en la realidad, pero una cosa sí
es cierta: la curiosidad sigue viva.