Si aún se discute ampliamente sobre el alcance y la duración de la depresión económica derivada de la pandemia del coronavirus, la depresión mental, si no es ya un hecho, queda garantizada tras la lectura de un breve pero denso artículo publicado recientemente en una revista del Fondo Monetario Internacional: A. Florini y S. Sharma, “Reckoning with systemic hazards”, Finance & Development, junio 2020.
Tal es de abrumador el horizonte que se traza en dicho artículo, en el que se aborda la limitada capacidad existente para hacer frente a los riesgos sistémicos en el siglo XXI. Mientras que, hasta ahora, la noción de “sistémico” se asociaba -tal vez impropiamente- al conjunto de un sector económico, en algunos casos con ramificaciones en toda la economía, tales riesgos presentan más bien, conforme a la acepción adoptada, un carácter global o mundial. Según los mencionados autores, “impulsados por una creciente fragilidad en nuestros órdenes político, social, económico, y financiero -todos dependientes de un entorno natural cerca del borde- estos aparentes rayos caídos del cielo [riesgos sistémicos] seguirán golpeando. Con todos los sistemas simultáneamente en cambio constante, el siglo XXI está expuesto a experimentar disrupciones masivas que plantean amenazas serias y posiblemente existenciales a la sociedad”.
Ante la magnitud de los retos, consideran que es indispensable introducir grandes cambios en la adopción y en la ejecución de las decisiones, en contraposición a una sociedad regida por el manejo de algunas variables clave con vistas a obtener una actuación óptima. Según su interpretación, el mundo económico y político se ha venido moviendo con arreglo a un comportamiento miope y un foco limitado en torno a la eficiencia y los rendimientos financieros de los accionistas. Puede que, como eslogan amigable, este mensaje sea muy atinado, pero no deja de responde, a su vez, a esos mismos rasgos que de cuestionan.
Partir de semejante simplificación de los hechos no parece que sea una idónea receta para una evaluación general de las tendencias económicas, sociales y políticas imperantes. ¿Es adecuado dibujar un cuadro tan esquemático de una realidad tan compleja y diversa como la que se ha vivido en el planeta desde el final de la Segunda Guerra Mundial?
Florini y Sharma hacen un sucinto repaso de los problemas que se observan en los planos político, económico, financiero y medioambiental, y destacan que las tres esferas que determinan el bienestar humano -política, económica, y sistemas naturales- son cada vez más frágiles y difíciles de gestionar. Y se trata de fragilidades que interactúan.
Aunque admiten que los sistemas políticos actuales pueden hacer un buen trabajo en relación con fenómenos que sean predecibles, señalan que no pueden gestionar de manera efectiva riesgos que atraviesen silos y que sean inherentemente imprevisibles.
Ante tales contingencias la directriz recomendada es dar a la resiliencia –“la capacidad de la sociedad para absorber y adaptarse al cambio y prevenir las rupturas sistémicas”- la misma importancia que a las preocupaciones relativas a la eficiencia, que, a su entender, ahora dominan.
Seguidamente, exponen una serie de principios como base de los criterios de decisión para hacer frente a la realidad de los riesgos sistémicos, con sus complejidades, incertidumbres y ambigüedades: robustez en las elecciones, gobernanza multinivel, autoorganización empoderada, comunicación, y prospección del horizonte y acciones tempranas.
El siglo XXI es cada vez menos el mundo de nuestros antepasados, proclaman finalmente los autores, cuya larga y prestigiosa trayectoria profesional no les impide -o tal vez es lo que les permite- ser extremadamente selectivos en su exégesis, y no menos en los remedios propuestos ante un panorama tan complejo, en el que, curiosamente, no se mencionan algunos riesgos ya experimentados por nuestros ancestros en el siglo XX, lamentablemente no erradicados, y otros que se pronosticaron por auténticos visionarios que cada día están más cerca de hacerse realidad.