Además de su
incomparable belleza literaria, El Quijote es una fuente inagotable de ingenio
y sabiduría. Raro es el pasaje del que no pueda extraerse alguna enseñanza
provechosa. El episodio en el que, ya camino de Barcelona, don Quijote y Sancho
se relacionan con un grupo de bandoleros no es una excepción al respecto.
En él
encontramos algunas interpretaciones de la justicia distributiva y distintas
percepciones acerca de la legitimidad de la disposición del dinero ajeno. En aquel
menester, el jefe de la banda, Roque Guinart, se muestra inicialmente como un
gran virtuoso, toda vez que “lo repartió [el botín] por toda su compañía,
con tanta legalidad y prudencia, que no pasó un punto ni defraudó nada de la
justicia distributiva”.
Además de esta
virtud, evidencia luego la del comedimiento en la “extracción del valor” de las
víctimas del asalto. Ante un “patrimonio efectivo” compuesto por 90 escudos y
60 reales, después de oír las historias de los apresados, que se encaminaban a
Italia, determina que únicamente le entreguen (le “presten”) 140 escudos, “para
contentar esta escuadra que me acompaña, porque el abad de lo que canta
yanta”.
Y, aun cuando
se declara como “mal contador”, resuelve inmediatamente el siguiente cálculo
distributivo: “De estos escudos dos tocan a cada uno [de los 60
integrantes de la banda] y sobran veinte: los diez se den a estos
peregrinos, y los otros diez a ese buen escudero, porque pueda decir bien de
esta aventura”.
Magnánimo en su
inesperado gesto, que dejó admirados a los “prestamistas” forzados, su criterio
no contó, empero, con el beneplácito de uno de los bandidos, quien no pudo
evitar quejarse amargamente: “Este nuestro capitán más es para frade que
para bandolero: si de aquí adelante quisiere mostrarse liberal, séalo con su
hacienda, y no con la nuestra”.
Podríamos,
pues, designar como “el criterio de Roque Guinart” esa tendencia
bastante extendida entre personas resueltamente generosas que muestran una
acentuada propensión a efectuar repartos de recursos provenientes de terceras
personas.
El personaje
discrepante de tal criterio en la aventura cervantina, aunque pronunció sus
palabras quedamente y “en su lengua gascona y catalana”, tuvo la desdicha de
que llegaron a oídos del líder. Tal y como puede deducirse del texto (segunda
parte, capítulo LX), no puede decirse que entre sus cualidades figurara también
la de la conmiseración con los miembros de su tropa: “De esta manera castigo
yo a los deslenguados y atrevidos”. No obstante, en este caso podría
decirse que, asimismo, llevó a cabo una cierta “distribución”, aunque bastante
peculiar y poco conveniente para la parte afectada.