1 de agosto de 2020

La primera máxima de Knigge: aceptación con resignación

Atrapado por una suerte o categoría de abatimiento integral, trato ingenuamente de buscar algún respiro fugaz en los pensamientos de Knigge, referido hace muy poco en este paraje indefinido[1]. Aunque las circunstancias no eran demasiado propicias, es imposible iniciar con paso firme el recorrido cuando uno se enfrenta, para abrir boca, a una sentencia tan contundente, que ha venido insinuándose desde fechas que se pierden en el recuerdo, para hacernos vivir una especie de “déjà vu” recurrente: “Cada persona vale tanto en este mundo como ella misma se hace valer”.

Durante mucho tiempo traté de rebelarme contra esa aparente ley de hierro no sancionada oficialmente, pero que ejerce en la práctica un implacable dominio, “una máxima cuya verdad queda confirmada por la experiencia de todas las épocas”.

Esta máxima “es la gran panacea de los aventureros, los fanfarrones, los soplagaitas y otras cabezas de poco fuste para medrar en este mundo nuestro”, asevera Knigge.

Siempre pensé que era altamente aconsejable huir de la soberbia y de la altanería, especialmente respecto de nuestro propio perfil, y que era preferible no hacer ningún tipo de ostentación acerca de supuestas cualidades, habilidades o competencias individuales. La capacidad evaluadora de quienes, a lo largo de un tiempo significativo, comparten las experiencias y visualizan los comportamientos reales, debería prevalecer por encima de manifestaciones subjetivas, de uno u otro signo. Éste era el argumento subyacente para esa postura.

En distintos ámbitos, académicos y no académicos, he podido comprobar cómo algunos personajes con gran nivel de autoestima no escatimaban esfuerzos en proclamar sus atributos, logrando en muchas ocasiones crear una especie de malla ideológica bastante eficaz en su propagación y extensión. En sentido contrario, también he sido testigo de cómo, cuando alguien expresa un reconocimiento, más o menos intenso, de sus debilidades, incluso cuando se hace en tono acusadamente desmedido o irónico, los demás, en lugar de someter su juicio a indicadores objetivos de actuación, las toman muy en serio y proceden a interiorizarlas rápidamente. Ya lo advertía Borges[2], pero, cuando, en una época muy lejana, comencé esa práctica, no era conocedor de la sabiduría borgiana ni tampoco de la kniggiana. 

Aunque suele decirse que nunca es tarde para revisar algunas conductas, cuando se superan ciertos umbrales, la indiferencia, la resignación o, simplemente, el hastío llegan a ser fuerzas muy poderosas. Pero, para quienes tienen todavía mucho camino por recorrer, aunque no tengan por qué decantarse por una determinada opción, sí puede serles conveniente tomar conciencia de las posibles consecuencias de los distintos rumbos que pueden adoptarse respecto a la autoevaluación.


[1] Adolph Knigge, “De cómo tratar con las personas”, traducción, introducción y selección de José Rafael Hernández Arias, Arpa, 2020.
[2] Vid. José M. Domínguez Martínez, “El riesgo de la modestia declarada”, en Hipérbaton, 2011, págs. 505-506.

Entradas más vistas del Blog