1 de mayo de 2020

Las incomparables ventajas de la educación privada


Afirma Piketty, el ideólogo del “nuevo socialismo participativo” (entrada de este blog de fecha 20-1-2020) que los colegios privados son privilegiados y tienden a ensanchar las desigualdades.  Puedo dar fe de ese aserto, con verdadero conocimiento de causa; como exalumno de un centro educativo privado, privado por excelencia, privado en grado superlativo.

Por avatares del destino, tuve el privilegio –al alcance exclusivo de un selecto grupo de escolares- de cursar toda la educación primaria y la mayor parte del entonces bachillerato elemental –allá por la segunda mitad de los años sesenta- en un colegio privado, pero realmente privado… privado de instalaciones auténticas, que se asentaban en las exiguas dependencias de dos modestas viviendas sociales en una barriada periférica; privado de aulas diferenciadas por cursos, que se impartían en una especie de comuna educativa que albergaba a alumnos de un amplio rango de edades; privado de profesores titulados, suplantados incluso por estudiantes que pugnaban por acceder a la Universidad; privado de infraestructuras deportivas, que se acomodaban en los estrechos límites de la habitación de otro piso, con la ventaja estratégica de estar ubicado muy cerca de la parroquia del barrio; privado de patio de recreo, en este caso innecesario porque aún no se había inventado el concepto de recreo; privado de equipos deportivos; privado de manuales, totalmente al margen de los textos oficiales por los que se regían los exámenes en los centros oficiales; privado de biblioteca y, también, en paralelo, de lectura; privado de laboratorio de ciencias, de aula de idiomas y de salón de actos; privado de evaluación continua, que dejaba paso a las pruebas a una sola carta en los institutos públicos de referencia; institución libre de enseñanza donde las haya…

Después de largos años disfrutando de semejantes privilegios, me vi privado de ellos para acceder a un centro público, por aquel entonces denominado I.N.E.M., el de Nuestra Señora de la Victoria, el entrañable Instituto de Martiricos. La experiencia fue como una especie de shock que me permitió apreciar en toda su extensión las grandes ventajas de las que había disfrutado hasta entonces. También fueron éstas, sin embargo, una fuente no desdeñable de aprendizaje. En aquella lejana etapa, en aquel colegio genuinamente privado, que respondía a los nombres de dos santos, fui alumno de profesores no titulados, pero, a pesar de ello, algunos eran buenos enseñantes a los que recuerdo con cariño, respeto y nostalgia.

Aunque pronto llegarían otras privaciones.

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