Después del gran éxito
editorial alcanzado con la obra “Por qué fracasan los países”, Daron Acemoglu
(MIT) y James A. Robinson (Universidad de Chicago) publicaron en 2019 “El
pasillo estrecho”, llamada a replicar también la trayectoria de la anterior.
Según expresan en el
prefacio, “Este libro trata sobre la libertad y de cómo y por qué las sociedades
humanas han sido capaces o no de lograrla”, libertad que definen tomando como
referencia las aportaciones de John Locke (son curiosos los caprichos fonéticos
de algunos apellidos y las contradicciones que, en no pocos casos, reflejan
respecto a la personalidad de quienes los ostentan).
Así, consideran que las
personas tienen libertad cuando, siguiendo al filósofo inglés, tienen “un
estado de perfecta libertad para ordenar sus acciones y disponer de sus
pertenencias y personas según consideren conveniente [...] sin necesidad de
pedir licencia ni depender de la voluntad de otra persona”.
Curiosamente también, los
autores omiten un inciso que aparece en la obra originaria de Locke, el
referente a “dentro de los límites de la ley natural”. Resulta un tanto extraña
semejante omisión de una acotación –no tan larga para obviarla- que establece,
por muy vago pueda llegar a ser, un límite que no se percibe sin su inclusión[1].
Es más, si nos quedamos en
la definición de Locke, sobre todo bajo el efecto de su truncamiento, no haría
falta perder demasiado tiempo, desde el momento en el que formamos parte de una
sociedad en la que es preciso contribuir para sostener los gastos del sector
público. En cualquier caso, nos advierten de que “es evidente que a lo largo de
la historia la libertad ha sido un bien escaso y continúa siéndolo en la
actualidad”. Un habilidoso administrador de las libertades como Lenin proclamó
que, justamente por ser algo precioso, la libertad debía ser racionada
cuidadosamente.
¿Cabría concebir pues la
libertad como un bien afectado por la “tragedia de los comunes”? ¿Se necesita
un poder central que la gestione y la dosifique? ¿Todo lo que es “precioso”
debe ser racionado? La clave está en identificar las características “técnicas”
de cada bien. Hay bienes preciosos, por ejemplo, la paz, el aire limpio… la
libertad, que pueden ser bienes colectivos puros, pueden ser “consumidos” por más
y más personas. El disfrute de la libertad –bien entendida, con sus límites
naturales- no sólo no va en detrimento de otras personas sino que las potencia,
estimula la creatividad, y es la llave del progreso humano. La libertad, en
fin, según las sabias palabras que don Quijote le regala a Sancho, “es uno de
los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos… por la libertad así
como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el
cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. Por definición, la
libertad es algo tan valioso que sólo cada persona puede tener derecho a
modularla, la suya propia.
Acemoglu y Robinson
sostienen el argumento de que “para que la libertad surja y florezca, tanto el
Estado [otra duda, ¿por qué en español escribimos esta palabra con la mayúscula
inicial, y no lo hacen quienes la escriben en lengua inglesa?] como la sociedad
[¿por qué no empleamos aquí el mismo criterio?] deben ser fuertes”.
“Encastrado entre el miedo y
la represión que infligen los Estados despóticos y la violencia y la anarquía
que surgen en su ausencia, hay un pasillo estrecho hacia la libertad. Es en ese
pasillo donde el Estado y la sociedad se equilibran mutuamente”... “Lo que hace
que esto sea un pasillo, y no una puerta, es que lograr la libertad es un
proceso; hay que recorrer un largo camino en el pasillo... Lo que hace que este
pasillo sea estrecho es que no se trata de una hazaña fácil... No es en
absoluto fácil, y por eso el pasillo es estrecho y las sociedades entran y
salen de él, con unas consecuencias de gran alcance”.
Para los autores de la
referida obra, la confianza y no el miedo ha de ser la clave de un Estado sólido,
y abogan por un “Estado encadenado” como alternativa válida entre un “Estado
despótico” y un “Estado ausente”.
No parece nada fácil manejarse por ese estrecho pasillo, por lo que se ve plagado de peligros. Por
ello, aunque recorrerlo sea una ardua tarea, a fin de mitigar riesgos puede ser
oportuno tratar de ensanchar el corredor, a medida que se avanza, para
amortiguar el impacto de posibles descarrilamientos. Es fundamental erigir al menos algún quitamiedos. Y no hay ninguno más eficaz y seguro que la libertad.
[1]
Tampoco resulta demasiado afortunada la adaptación de la versión española, en
la que se habla de “una persona” que “tiene libertad cuando tiene…” para
enlazar con un texto en el que la acción se expresa en plural.