Hace varios meses, antes de adentrarnos en la
terrorífica era del coronavirus, recibí un regalo tangible, un libro
tradicional, no digital, uno de esos ejemplares que antes podían adquirirse en
las librerías, esos raros establecimientos que marcaron una época, que en su
día alumbraban el centro histórico de la ciudad, y que ahora acumulan registros
en el inventario de comercios desaparecidos.
Abro ahora el libro emocionado, como una reliquia
extraordinaria, casi olvidada de una antigua civilización perdida,
irreconocible en esta insufrible nueva normalidad, como instrumento concebido
para sobrevivir el destierro interior.
En él, Mario Vargas Llosa pasa revista a una
treintena larga de grandes novelas contemporáneas, a través de otros tantos
ensayos que se vieron ampliados desde la primera edición, del año 1990. Pero
esa colección está precedida por un ensayo mayúsculo de corte filosófico, que, uno,
si no mira la fecha señalada al final (junio de 1989), podría estar inclinado a
pensar que es fruto de una reflexión sobre los tiempos convulsos que se viven
en el mundo, donde tanto se ha difuminado la línea que separa la verdad de la
mentira.
En el ensayo, Vargas Llosa se adentra en la ficción
literaria, habilitada para recrear la realidad. Las mentiras de las ficciones
son capaces de expresar una verdad. “La ficción es un sucedáneo transitorio de
la vida… Es comprensible… que los regímenes que aspiran a controlar totalmente
la vida desconfíen de las ficciones y las sometan a censuras. Salir de sí
mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y
de experimentar los riesgos de la libertad”.
La delimitación clara entre verdades literarias y
verdades históricas es una prerrogativa de las sociedades abiertas, nos dice el
Premio Nobel de Literatura. En cambio, en las sociedades cerradas, “la ficción y
la historia han dejado de ser cosas distintas y pasado a confundirse y suplantarse
la una a la otra cambiando constantemente de identidades como en un baile de máscaras.
En una sociedad cerrada el poder no sólo se arroga el privilegio de controlar
las acciones de los hombres…; aspira también a gobernar su fantasía, sus sueños
y, por supuesto, su memoria. En una sociedad cerrada el pasado es, tarde o
temprano, objeto de una manipulación encaminada a justificar el presente”.
“¿Qué diferencia hay, entonces, entre una ficción y
un reportaje periodístico o un libro de historia?”, nos lanza como pregunta, y
nos recuerda que “se trata de sistemas opuestos de aproximación a lo real”.
Agradezco enormemente al amigo del comendador el rescate del olvido de este impactante libro, que merece ya la pena con el ensayo introductorio, aunque
no se sabe si tal vez se trata de una ficción literaria o de una crónica periodística.
¿Estamos ante la verdad de las mentiras, o ante la mentira de las verdades?
Si aparece el comendador, tal vez me atreva a preguntarle si la puerta se está cerrando o si se está abriendo, aunque sea en la realidad ficticia o en la ficción real.