31 de octubre de 2019

La tiranía de la elección


El inventario de las denominadas “tiranías” asociadas a determinados procesos que someten dentro de estrechas líneas las opciones efectivas de comportamiento no deja de ampliarse, ya sea como efectos colaterales de la globalización, en la aplicación consistente de las reglas de decisión mayoritaria, o, entre otros casos, en la utilización inexcusable de métricas para calibrar todo tipo de actuaciones. Y, lo que es bastante más preocupante, el número de países que pueden ser calificados como democracias plenas dista de ser el óptimo, y en modo alguno se encuentra blindado contra su repliegue. No solo eso, desgraciadamente, siguen existiendo auténticas tiranías políticas en diversos continentes.

La imposibilidad o dificultad para elegir es el sustrato común de las tiranías en todos los planos. Sin embargo, de forma bastante paradójica, en los últimos años el término tiende a asociarse también a una situación donde lo que abundan son las posibilidades de elección. La tiranía -más propiamente, paradoja- de la elección es objeto de análisis por psicólogos, sociólogos y economistas.

Sin ir más lejos, Janan Ganesh, uno de los más destacados columnistas del diario Financial Times, no hace mucho, el pasado mes de junio, publicaba un artículo con un título bastante explícito: “Salvadme de la tiranía de la elección”. En él ensalzaba las virtudes de poder comer en un restaurante londinense, en el que únicamente se ofrece un solo menú, en una mesa comunal, con un solo servicio al día. Para él, en un mundo en el que hay tantas opciones para elegir, se ha convertido en una exigencia, incluso en una urgencia moral, reducir radicalmente el campo de las alternativas. El beneficio marginal de cada valoración adicional de una nueva elección es siempre inferior a los costes que implica llevarla a cabo. Restringir el abanico de opciones de consumo es, para Ganesh, una forma de emancipación.

Los estudios sobre este postulado se remontan, sin embargo, años atrás. En un artículo del año 2004, publicado en Scientific American, el profesor Barry Schwartz expone sus aspectos fundamentales. De forma más coloquial lo hace en su discurso TED de julio de 2005, visualizado por más de 12,5 millones de personas, aunque durante su encendida y divertida alocución no pudiese, en ese caso, salirse del rectángulo de ubicación impuesto por esa exitosa organización.

Dado que la oportunidad de elegir tiende a mejorar nuestras vidas, podría ser lógico pensar que mientras más elecciones sean posibles, estaremos en una mejor situación. Y es justamente este supuesto el que se trata de refutar, a partir de los resultados de una serie de investigaciones y experimentos sociales. Aunque indudablemente tener alguna posibilidad de elección es siempre mejor que ninguna, tener más no es siempre mejor que tener menos. Schwartz considera que, a pesar del aumento de la riqueza y de las posibilidades de elección en las sociedades avanzadas a lo largo de las últimas décadas, ha habido una disminución de las personas que declaran ser felices. Esto (aunque queda cuestionado por sondeos más recientes) puede responder a diversos factores, pero la “explosión de la elección” juega, a su entender, un papel importante.

La distinción entre las personas según su actitud es crucial: mientras que los “maximizadores” están siempre ávidos por encontrar la mejor opción posible, los “conformistas” se quedan satisfechos una vez que encuentran una que sea lo “bastante buena”. Según los experimentos llevados a cabo, los maximizadores resultan ser, a la postre, los menos satisfechos con el fruto de sus esfuerzos y quienes manifiestan ser menos felices.

Varios son los factores que explican por qué un proceso de elección más amplio no es siempre mejor que uno más limitado:

  1. La existencia de costes de oportunidad. Toda elección conlleva ineludiblemente tener que renunciar a alguna otra. Así, si se supone que los costes de oportunidad reducen la deseabilidad global de la opción preferida, cuanto más alternativas haya, mayor será la sensación de pérdida, y menor la satisfacción derivada de la elección efectuada. En ocasiones, la apreciación de múltiples costes de oportunidad puede llevar a producir una parálisis en la toma de decisiones y, finalmente, a inclinarnos por una opción no suficientemente ponderada.
  2. El temor a lamentar posteriormente la elección efectuada. La única forma de evitar esa lamentación sería llevar a cabo un examen exhaustivo de todas las opciones y elegir (siempre que se vea que claramente lo es) la mejor. Evidentemente, el proceso será más laborioso cuanto más amplio sea el abanico. Y, por otro lado, mientras más altos hayan sido los costes de la búsqueda, mas difícil será realizar luego una adaptación o un cambio que implique alguna mejora, a pesar de que tales costes son irrecuperables y no deberían ser tomados en consideración para decisiones ulteriores.
  3. El esfuerzo de la elección es una especie de coste amortizable. Merecerá la pena incurrir en un coste significativo si se va a disfrutar del bien elegido durante un largo período; en cambio, será una inversión ruinosa si la elección efectuada implica una pronta frustración. El tener que resignarse a una situación no prevista representa una carga añadida, que se agrava al comprobar otras situaciones ahora no alcanzables.
  4. La disponibilidad de numerosas opciones tiende a generar unas altas expectativas, con el consiguiente riesgo de que no se vean cumplidas. El grado de insastisfacción será mayor cuanto mayor haya sido el esfuerzo de selección.
  5. El profesor Schwartz pone de manifiesto cómo las consecuencias de una elección ilimitada pueden llevar al sufrimiento. Según sus investigaciones, los maximizadores son candidatos bien posicionados para sufrir episodios de depresión.

En definitiva, lo que viene a decirnos es que la relación entre las elecciones y el bienestar personal es complicada. Indudablemente, una vida sin posibilidades de elección sería un infierno, pero los efectos positivos de aquélla tienen un techo. Ahora bien, una cosa puede ser una razonable acotación de las opciones de bienes de consumo, y otra muy distinta la que pueda afectar al ejercicio de las libertades personales. Cualquier limitación en este ámbito sería adentrarse en la peligrosa senda que conduce a las verdaderas tiranías.

(Artículo publicado en el diario “Sur”, con fecha 29 de octubre de 2019)

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