27 de octubre de 2019

¿Son irracionales los tipos de interés negativos?

Recuerdo que, hace años, proclamar que los tipos de interés podían llegar a ser negativos era casi como una especie de provocación intelectual, que exigía recurrir a una batería argumental sobre su significado e implicaciones. En varios artículos de distinta fecha me he ocupado de abordar esta cuestión, que tiene per se un interés claramente positivo.

No es ahora mi pretensión retomar aquí el fondo de la cuestión, sino simplemente recoger una reflexión acerca de cómo ha cambiado el panorama, esencialmente por la vía de los hechos. Lo que antes podía verse como algo exótico, o incluso inverosímil, se ha convertido en algo bastante corriente. Según cómputos recientes, en el mundo se acumula ya un volumen de deuda con tipos negativos del orden de 17 billones de dólares.

Hasta tal punto nos hemos adentrado en la “normalidad” de los tipos de interés negativos que resulta un tanto extraño encontrarse con opiniones críticas sobre su utilización. No es menos cierto que, curiosamente sólo en los postreros días de la presidencia de Mario Draghi en el BCE, han comenzado a oírse algunas voces discrepantes sobre la nueva praxis convencional, que incluso apunta hacia cotas de mayor negatividad.

En este contexto, no deja de ser llamativa la rotundidad de la posición mantenida por Jamie Dixon, presidente y CEO del gran coloso financiero JP Morgan Chase, quien considera abiertamente que los tipos de interés negativos son “irracionales” y que “no compraría deuda por debajo de cero, nunca, no por debajo de cero, no en toda su vida” (Laura Noonan, Financial Times, 18 de octubre de 2019).

El máximo mandatario de JP Morgan Chase clama al cielo para que esa experiencia no se dé en Estados Unidos, donde espera, al igual que otros destacados financieros, que este país no siga los pasos de Europa. Pero, ya se sabe cuando el río suena…

Otros episodios recientes, como la llegada de los tipos negativos al mercado de los bonos con garantía hipotecaria en Alemania, nos llevan paulatinamente al convencimiento de que, como a comienzos del pasado verano expresaba Gillian Tett (Financial Times, 28 de junio de 2019), vivimos en el mundo de “Alicia en el país de las maravillas”.

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