Sin perjuicio de que puedan
efectuarse algunas precisiones y matizaciones no triviales, vivimos en un mundo
caracterizado por una tendencia generalizada de mayores desigualdades
económicas. Se afirma que las 62 personas más ricas del planeta son
propietarias de tanta riqueza personal neta como la mitad más pobre de la
población mundial, esto es, más de 3.500 millones de personas. ¿Merecería la
pena recuperar situaciones de épocas anteriores en las que las diferencias
interpersonales no eran tan acusadas? ¿Sería fácil lograrlo?
Son éstas preguntas bastante
trascendentales para cuya respuesta Walter Scheidel (“El gran nivelador.
Violencia e historia de la desigualdad desde la Edad de Piedra hasta el siglo
XXI”, ed. Planeta, 2018) nos proporciona importantes claves sustentadas en la
experiencia histórica.
La desigualdad económica no es un
fenómeno que nació ayer; sus raíces se remontan a los orígenes de la Humanidad.
Ya en el Holoceno, asevera el autor del libro citado, profesor de la
Universidad de Standford, la desigualdad creciente y persistente se convirtió
en un rasgo definitorio.
También según él, la historia
global es imposible a menos que estemos preparados para inferir, por lo que declara
que eso es justamente lo que intenta hacer en su obra. Y bien que lo hace a lo
largo de sus 620 páginas, que, en buena parte, constituyen un ejercicio de
“arqueología económica”.
En ella se constata que, a lo
largo de miles de años, la civilización no se prestó a una equiparación
pacífica. Las igualaciones más relevantes han resultado siempre de las
sacudidas más brutales, protagonizadas por los “cuatro jinetes del Apocalipsis”:
la guerra a gran escala, la revolución, el fracaso del Estado y la pandemia.
Los tres primeros tuvieron en
común el recurso a una violencia extrema para alterar la distribución de la
renta y la riqueza junto con el orden político y social. Las dos guerras
mundiales fueron los dos niveladores más potentes de la historia, mientras que
la revolución comunista, “que expropiaba, redistribuía y a menudo
colectivizaba, erradicó la desigualdad de forma drástica”. A su vez, la
descomposición de los Estados ha fulminado ocasionalmente la posición de las
élites situadas en la cima del poder político o en sus aledaños. Por último, la
historia está jalonada de dramáticas fases provocadas por el azote de
enfermedades devastadoras, como la peste negra, que disminuyeron drásticamente
el porcentaje de personas que vivían en situación de pobreza y también mermaron
la riqueza de los estratos más altos.
Estos cuatro métodos, cada uno a
su manera, han sido eficaces igualadores, aunque, en algunos casos, atribuyendo
nuevos privilegios a minorías selectas. Pero ¿existían otros mecanismos más
pacíficos y menos cruentos para reducir la desigualdad?, se pregunta Walter
Scheidel.
Si lo que pensamos es en una
igualación económica significativa, nos saca pronto de dudas. La respuesta es
negativa: “No existe un repertorio de medios de compresión benignos (reforma
agraria, democracia, educación, desarrollo económico, crisis macroeconómica)
que haya conseguido resultados ni remotamente comparables a los causados por
los cuatro jinetes”.
El grueso del libro está dedicado
a un examen pormenorizado de las manifestaciones de la desigualdad económica a
lo largo de las distintas etapas históricas y civilizaciones, desde las más
remotas hasta llegar a nuestros días. De vez en cuando, uno tiene que frotarse
los ojos para comprobar que no está leyendo una obra de ficción. Si hallar
datos de indicadores de desigualdad de años recientes es a veces complicado, en
el libro nos topamos con el cálculo del coeficiente de Gini para sociedades de
hace miles de años. O bien, hay que tomar aliento para verificar que no se
trata de un guion de alguna obra de terror, cuando se relatan
pormenorizadamente episodios acontecidos en experiencias bélicas o
revolucionarias.
Una de las etapas de mayor igualación
económica de la historia alcanzó su máxima cota hacia mediados del siglo XX y
se prolongó hasta la década de los 80: “En Europa occidental, la ratio de
existencias del capital respecto del PIB anual disminuyó unos dos tercios entre
1910 y 1950 y quizá cerca de la mitad en todo el mundo… Dos de los cuatro
caballos de la igualación violenta -la movilización militar de masas y la
revolución transformadora- habían sido liberados con consecuencias violentas…
Al igual que las guerras mundiales, [los regímenes comunistas] se cobraron
directa o indirectamente hasta cien millones de vidas”.
Afortunadamente, como recuerda
Scheidel, ninguno de los mecanismos igualadores más contundentes está en activo
en el presente: “los cuatro jinetes se han bajado de sus corceles. Y nadie en
su sano juicio querría que volvieran a montar”. A este respecto, podrían
suscitarse algunas dudas acerca de si este avezado historiador conoce tan bien
las pretensiones de formaciones políticas que aún pululan por la Europa de hoy
como los detalles de la historia económica, que maneja con profusión de datos.
La desigualdad económica plantea
un gran desafío a las democracias actuales. Según Scheidel, incluso una
combinación de las intervenciones públicas más radicales, basadas en medidas
reguladoras, impositivas y de gasto público, como las que han propuesto
recientemente algunos destacados economistas de la escena internacional, solo
sería capaz de revertir parcialmente los efectos de la renaciente desigualdad.
Entre tales medidas cabe mencionar las siguientes: elevación del salario
mínimo, renta básica universal, representación de los empleados en los órganos
de gobierno de las empresas, regulación de los flujos de capital
internacionales, seguros sobre los activos de los grupos con ingresos más
bajos, limitación de la transmisión de riqueza entre generaciones, tipo máximo
del IRPF entre el 65% y el 80%... Sin embargo, la dotación de renta y de
riqueza a repartir, como también la historia enseña, no es un fruto que surge
espontáneamente y se mantiene intacto bajo todo tipo de condiciones
ambientales.
“Todos aquellos que valoramos una
mayor igualdad económica haríamos bien en recordar que, con las más raras
excepciones, siempre ha venido acompañada de tristeza. Cuidado con lo que
deseas”, es el mensaje inquietante que nos deja esta extensa, ilustrativa y
aleccionadora obra.
(Artículo publicado en el diario "Sur")