Según los últimos sondeos de opinión, las pensiones públicas han escalado posiciones dentro de las preocupaciones de la población española. Sería absurdo pretender negar que existe un serio problema con las pensiones públicas, un problema de carácter estructural, no pasajero, que no va a resolverse de forma automática. Pero no es menos cierto que su percepción social se ve dificultada, si no distorsionada, debido a la falta de una pedagogía sobre el sistema de prestaciones públicas.
El propósito de este artículo es poner sobre la mesa una serie de cuestiones básicas a fin de disponer de algunos elementos necesarios para evaluar la situación y vislumbrar las posibles soluciones. Se parte de una premisa: la consecución de las mejores condiciones de vida para los pensionistas es un objetivo que no admite ningún reparo. ¿Quién podría oponerse a tan loable aspiración? Ahora bien, sería irresponsable prometer niveles de prestaciones sin tener en cuenta si los costes asociados son asumibles por el conjunto del sistema de protección social.
He aquí las cuestiones que se propone abordar en una primera aproximación:
1. La naturaleza de un sistema de reparto: En este sistema, las prestaciones de los jubilados se cubren con las cotizaciones sociales de las personas activas en cada momento. Se trata de un sistema que ha funcionado bien cuando ha habido una adecuada relación entre los cotizantes y los pensionistas. Sin embargo, cuando, como consecuencia de las tendencias demográficas y laborales, los flujos de entrada de las aportaciones no resultan suficientes para atender los compromisos, se originan déficits (18.000 millones de euros en 2017). Es algo parecido a lo que ocurre en los esquemas piramidales, en los que todo parece cuadrar mientras sigan entrando partícipes suficientes.
2. La exigencia de una prestación definida: Una vez calculado el importe de la prestación, ésta queda garantizada de por vida. Todo el riesgo recae en el asegurador, que se ve obligado a atender los compromisos contraídos con independencia de los recursos con los que pueda contar para hacerles frente. En cambio, con un sistema de aportación definida, el monto de la prestación dependerá de la suma que se haya acumulado y del tipo de interés en el momento de calcular la pensión, así como del tiempo estimado en que ésta tendrá lugar.
3. La relación entre las aportaciones y las prestaciones: Está extendida la idea de que el cobro de una pensión significa recoger los frutos de las aportaciones realizadas por el pensionista a lo largo de su vida laboral. ¿Se consideraría, por tanto, justo recibir en forma de prestaciones un importe equivalente al de las aportaciones efectuadas, debidamente actualizadas? A este respecto, un pensionista, incluso después de las reformas recientes, recibirá, en promedio, entre 1,28 y 1,46 euros por cada euro aportado.
4. La dinámica de las cuentas del sistema de pensiones: Éstas obedecen a una ecuación en la que intervienen diversas variables: a) por el lado de los ingresos: número de cotizantes efectivos, bases y tipos de cotización; b) por el de los gastos: número de pensionistas y pensión media. Lo anterior, para un año concreto; la evolución de los ingresos y gastos va a depender de factores como el número de años de cotización, la edad de jubilación, los salarios y bases asociadas, la revalorización anual de las pensiones o la esperanza de vida.
5. La evolución de la situación relativa de las pensiones: El importe de la pensión media en España se ha incrementado un 33% entre los años 2007 y 2017, mientras que el salario medio ha crecido un 9%. A su vez, el IPC aumentó un 13% en el mismo período.
6. Comparación internacional: España es uno de los países de la OCDE donde mayor es el porcentaje de la pensión inicial respecto al salario último del trabajador que se jubila (82% en términos netos, frente al 63% de media en dichos países). Al igual que en el caso anterior, esto no significa decir que nuestros pensionistas disfrutan de inmejorables condiciones; simplemente son comparaciones con referencias usuales.
7. Las reformas de los años 2011 y 2013: La reforma del año 2011 introdujo una progresiva ampliación de la edad de jubilación mínima para alcanzar el 100% de la pensión, así como del período para el cálculo de la pensión. La de 2013 incidió en los factores de determinación y de evolución anual de la prestación, en una doble vía: incorporando las estimaciones de la esperanza de vida en el momento de fijar el importe inicial de la pensión; estableciendo una revalorización de las pensiones ligada a la situación presupuestaria del sistema, con un aumento anual mínimo del 0,25%.
8. El destope de las bases de cotización: Una medida aparentemente sencilla sería destopar las bases máximas, es decir, que las cotizaciones sociales se aplicaran sobre los salarios reales percibidos por encima de los topes establecidos. Ahora bien, si paralelamente no se eleva el montante de las pensiones a percibir, se estaría actuando en contra del principio de contributividad.
9. Reformas estructurales: Hay muchas opiniones al respecto, pero no faltan quienes abogan por rediseñar el sistema articulándolo en tres pilares: i) prestaciones mínimas financiadas a través de impuestos para quienes no hayan podido acceder al segundo pilar; ii) pilar contributivo, respecto al que caben distintas opciones, como la introducción de un enfoque de aportación definida; iii) bloque complementario basado en los planes de pensiones privados, de empleo e individuales.
10. El sistema de cuentas nocionales: Se trata de llevar una contabilidad de las aportaciones realizadas a lo largo de la vida laboral, a las que se atribuye también una rentabilidad. Llegado el momento de la jubilación, el importe así determinado se convierte en una renta vitalicia. No obstante, el sistema seguiría siendo de reparto.
Como puede verse, el tema de las pensiones ofrece muchas caras y presenta abundantes aristas. Hasta no hace mucho, los debates se zanjaban aplicando una estrategia similar a la del doctor Pangloss, el célebre profesor de “metafísico-teólogo-cosmolonigología” de Voltaire, para quien estaba demostrado “que las cosas no pueden ser de otro modo: porque, estando hecho todo para un fin, todo está hecho necesariamente para el mejor fin”. Sin embargo, como el propio Cándido recordaba finalmente, “tenemos que cultivar nuestro huerto”.
(Artículo publicado en el diario “Sur”).