No solo es extraño el título; también lo es el nombre del autor, Wu Ming, bajo el que se cobija un grupo de narradores italianos que, también extrañamente, trabajan de forma de colectiva. No acaban ahí las singularidades. En un mercado literario caracterizado por una hiperabundancia de títulos de la más variada especie, esta extensa obra estructurada en cinco actos brilla por su calidad e interés narrativo e histórico. Y si el texto es fruto de un trabajo en equipo necesariamente ha tenido que contar con un magnífico director de orquesta para haber podido lograr semejante grado de armonía y conjunción. A mayor abundamiento de la atipicidad, los personajes reales que dan vida a los que entran en juego en la novela son presentados en el epílogo, por lo que, de haberlo sabido, quizás me habría merecido la pena invertir el orden de la lectura.
“El Ejército de los Sonámbulos” nos propone una inmersión en toda regla en la época de la Revolución Francesa, a partir de una obertura, fechada el 21 de enero de 1793, cuando todo París se dispone a presenciar la ejecución de Luis XVI, después de que fuera sentenciado (democráticamente) a la pena capital haciendo uso de la tecnología revolucionaria, que no siempre es sinónimo de una revolucionaria tecnología.
El colectivo Wu Ming nos ofrece, sin tregua alguna, un fresco -ensombrecido por tintes dramáticos- de lo acontecido en París y otras regiones francesas a lo largo de los dos años siguientes, dominados por los excesos de los partidarios del nuevo orden y las conspiraciones de quienes trataban de recuperar las bases del antiguo régimen. La vida cotidiana en la capital republicana es descrita con una extraordinaria riqueza de matices.
La utilización del hipnotismo con fines terapéuticos es uno de los hilos conductores de la trama para luego convertirse en la pieza clave que permite a un siniestro personaje, dominador de las técnicas más avanzadas, reclutar un ejército de soldados teledirigidos e insensibles al dolor para intentar quebrar el estatus republicano y restablecer la línea de sucesión monárquica.
Las vicisitudes con las que se enfrentan los personajes según su posición y fortuna son descritas con destreza, y la obra entera está impregnada de un sello de erudición y corrección literaria. No solo eso; la exposición de los avatares de la gestión de los asuntos económicos mundanos, en particular para hacer frente a la escasez y la carestía, constituyen una lección de valor impagable en la vertiente de la gestión de los asuntos económicos, al tiempo que un recordatorio de cómo hay problemas básicos, ligados a la limitación de los recursos, que perviven a lo largo del tiempo. En verdad, hay episodios en los que uno no llega a saber en qué época ni en qué latitud se producen, ni qué idioma hablan los chamanes de turno. Tampoco si aquellas cohortes de autómatas pueden tener su correlato en otras más reales vulnerables físicamente pero inamovibles doctrinariamente.
En fin, la obra alcanza elevadas cotas narrativas y de la misma pueden extraerse valiosas enseñanzas en ámbitos como los de la historia, la política, la sociología, la psicología y la economía. También con una peculiar interpretación de los derechos de autor, Wu Ming nos deleita con un magnífico regalo literario. El significado chino de su nombre lo aclara todo sin aclarar nada.