El profesor, reputado colega de la Facultad de
Económicas, recibió el texto, en impecable impresión, encuadernado. Se lo
remitía un colega de la Facultad de Derecho, con la petición de que lo leyera y
le diera su opinión. No constaba el nombre del autor, pero le aseguraba que era
un estudiante de ciencias jurídicas, con apenas veinte años cumplidos. Podía
tratarse, pues, de un trabajo de fin de grado (TFG). Pero pronto le surgieron
algunas dudas, pues no era habitual tan buena hechura, ni un estilo tan
perfilado, como tampoco la profundidad del pensamiento exhibido. Hubo de
reconocer que, si bien no era el primer TFG que rayaba a gran altura que se
encontraba en su vida académica, desde luego, este destacaba por su destreza
narrativa y la fuerza de su discurso. Por lo demás, el tema elegido, el de la
tiranía no podía ser más de actualidad. La plétora de ensayos acerca de los
peligros que se ciernen sobre las democracias liberales, y, lo que es peor, sobre
cómo mueren las democracias, así lo acreditan. Aunque no es menos cierto que es
bastante menor la atención que se dedica a la perpetuación de algunos regímenes
que van más allá de lo que modernamente se denomina iliberalismo.
El trabajo en cuestión, que, curiosamente, no
mencionaba a Trump, era capaz de despertar una creciente atención del lector,
cuyo grado de sorpresa iba aumentando a medida que avanzaba en su contenido.
Inevitablemente, según me confesaba, no pudo dejar de pensar en la fórmula del
ChatGPT. Mediante una serie de pruebas, había comprobado la alta calidad del
artilugio de inteligencia artificial para componer los más variados textos a
demanda, con una asombrosa capacidad de adaptación a las especificaciones solicitadas.
¿Cómo podía estar seguro de no encontrarse ante una evaluación a ciegas de un
producto de esa descomunal factoría?
Mientras tanto, iba anotando algunas frases que
le llamaban particularmente la atención: “cómo puede ser que tantos hombres…
soporten a veces a un tirano solo, quien únicamente tiene el poder que aquellos
le confieren”. “Ciertamente, es gran cosa, y sin embargo algo tan común que
debería causarnos más dolor y menos sorpresa, ver a un millón de hombres servir
miserablemente, con el cuello bajo el yugo, no obligados por una fuerza mayor,
sino de algún modo (eso parece) encantados y fascinados por el solo nombre de
uno…”. Aquí, pensaba, podía radicar una clave. Si no es por la imposición de
una fuerza mayor, no podía tratarse de una férrea dictadura al uso, sino que
podía estar refiriéndose a una extraña sumisión voluntaria. La tesis parece
confirmarse luego, cuando se expresa que “no hay necesidad de combatir a este
solo tirano, no hay necesidad de derrotarlo; sería derrotado por sí mismo
simplemente si el país no consintiera en someterse a su propia servidumbre…”.
El asombrado profesor se encuentra luego con
una frase que le evoca la sublimación cervantina de la libertad: “Hay una sola
cosa que, no sé muy bien por qué razón, la naturaleza no logra colocar entre
los anhelos de los hombres: se trata de la libertad, que es no obstante un bien
tan grande y tan placentero que perderlo es causa de todos los males”. Y, más
adelante, se abunda en que “Ciertamente, una vez perdida la libertad, se pierde
también el valor… los tiranos lo saben bien, de modo que propician tales actitudes
para así debilitar más aún a las gentes”.
El supuesto autor del texto no ceja en su
retrato de los tiranos, de quienes dice que “para asegurar su posición, siempre
se han esforzado en hacer que el pueblo se acostumbre no solo a la obediencia y
a la servidumbre, sino también a mostrar devoción por aquel que manda”.
El texto se cierra con una manifestación que
puede resultar reveladora. Declara el autor que “piens[a], y no cree
equivocar[se], que nada hay tan contrario a Dios, quien es totalmente liberal y
bondadoso, como la tiranía, y que Él reserva allá abajo, en un lugar aparte,
algún castigo especial para los tiranos y sus cómplices”. Admitiendo que pueda ser
así, para que luego se diga que la tasa de descuento no tiene importancia en la
evaluación de proyectos.
Me reconocía el profesor que, tras la lectura
del texto y este remate, había quedado completamente impresionado y a la vez
desorientado, reafirmándose en su hipótesis de que la obra en cuestión no podía
ser sino fruto de una encomienda bien meditada a alguno de los redactores jefes
de la inteligencia artificial.
Según me dijo, trató de verificar dicha creencia con el remitente del texto, quien, desde Bolonia, le aseguraba que había incurrido en una percepción errónea, y, ante la incredulidad de su interlocutor, por fin accedió a revelarle la identidad del autor y el título de la obra. No conocedor del prodigioso ensayo del gran amigo de Montaigne, no se convenció de su autenticidad hasta cotejar la edición impresa que pudo conseguir.