14 de agosto de 2024

Consigna para hoy

 

Coincidí con él en el homenaje que, a finales de mayo, se le tributó a Antonio Morales del Moral, “decano del voleibol malagueño”. No lo veía desde hacía más de cuarenta años, cuando dejé la práctica accidentada de ese deporte. Conocí a Benito Yagüe en el Instituto de Martiricos. Formamos parte del equipo de balonvolea del centro, que solía tener un papel destacado en los juegos escolares de entonces, y, más adelante, de varios equipos de la provincia. Incluso, en categoría infantil, representamos a Málaga en una competición nacional.

Con vistas a la preparación para el evento, celebrado en Chipiona, se organizó una concentración previa en Marbella, a la que acudimos ilusionados. La concentración resultó ser una simple inmersión en un campamento de la organización juvenil oficialista. Allí, el subjefe del campamento, Ernesto Paredes, encomendó a Benito la ardua tarea de exponer cada tarde, ante el pleno de la congregación, la consigna elegida para la jornada. Cada mañana, después de pasar revista a las tiendas de campaña, le comunicaba cuál era el lema elegido, que él tenía que desarrollar y memorizar para su alocución vespertina. Después de la ceremonia religiosa de rigor, el ponente designado tenía que proclamar cómo él entendía el sentido de la locución, con el agravante de tener que hacerlo sin ensayo ni control previo de las imponentes autoridades del recinto. Ciertamente, en las dos semanas de supuesta concentración, aquella fue, sin duda, la prueba más dura, aunque, afortunadamente, de carácter individual. Hoy día, según el orador forzado, las tareas de los múltiples ponentes de distintos ámbitos parece más sencilla. Disponen de dispositivos electrónicos para comunicación y consulta, y, sobre todo, reciben el contenido de los mensajes a transmitir, sin tener que elaborar nada ni preocuparse del sentido de un contenido que viene ya con el marchamo de la correspondiente autoridad. Los oradores muestran grandes dotes expresivas e interpretativas, y exhiben una palpable versatilidad, acompañada de una admirable adaptabilidad de registros. Su gran destreza y desenvoltura son encomiables, da igual la materia de la que se trate.

Recordamos aquella sufrida experiencia, y comentamos cómo ha cambiado el voleibol desde aquellos lejanos tiempos, a principios de los años setenta, cuando comenzamos a jugar en el patio del Instituto. Nos resulta extraño el sistema de tanteo con los turnos de saque, el puesto del líbero, que, a pesar de su nombre, queda excluido de la zona delantera del campo de juego, la posibilidad de impactar el balón con las piernas y, muy especialmente, el mantenimiento de la altura de la red, cuando ahora muchos jugadores superan con holgura los dos metros de estatura, o la preservación de la brecha de género, no existente en otras especialidades deportivas. Con todo, el voleibol sigue siendo un deporte espectacular y apasionante. El gran ex rematador Yagüe no podía entender cómo no había alcanzado en España el éxito que le pronosticábamos hace cincuenta años.

Hace unos días, me llamó entusiasmado, después de haber oído que el voleibol había sido considerado por algunos comentaristas como el deporte más espectacular, y uno de los de mayor seguimiento popular, de los Juegos Olímpicos de París.

Benito Yagüe, más conocido por su nombre real, tuvo grandes progresos en el mundo del voleibol, llegó a la selección nacional, y a jugar en otros países. Yo me quedé en un efímero paso por la selección infantil provincial de Málaga, episodio únicamente acreditado con la posesión de una peculiar medalla en la que el balonvolea quedó convertido en “voleisbol”.



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