“Un país que fue un pantano
empobrecido es ahora un centro pujante de la economía global”. Así definían John Micklethwait y Adrian Wooldridge, en una
conocida obra de 2014, el estado-ciudad de Singapur, considerado uno de los
“milagros” de los últimos setenta años[1].
Algo pasa, o ha pasado, con Singapur. Según el 2024 IMD World
Competitiveness Ranking, Singapur ocupa el primer lugar entre 67 economías
del mundo analizadas en dicho estudio[2].
El índice de competitividad
utilizado se basa en cuatro grupos de factores: actuación económica, eficiencia
gubernamental, eficiencia empresarial, e infraestructuras. Concurren muchas
singularidades en este pequeño país asiático, pero representa una especie de
experimento natural en el que se han aplicado significativas medidas económicas
en los ámbitos público y privado del que se pueden extraer valiosas enseñanzas.
El cuadro de sus indicadores
en el “paisaje de competitividad” es casi inmaculado, si bien se ve sacudido
por la nota obtenida en el apartado de precios y empañado por la de infraestructuras
relativa a salud y medioambiente. Su actuación es particularmente robusta en
las áreas de eficiencia gubernamental (la medida en que las políticas gubernamentales
propenden a la competitividad) y eficiencia empresarial (cómo se comportan las
empresas en términos de innovación, rentabilidad, y responsabilidad).
La trayectoria económica de
Singapur es impresionante. Como destaca The Economist (11-5-2024), “en el
momento de su independencia en 1965, el país era más pobre sobre la misma base
que Suráfrica o Jordania… con una cifra en torno a $88.000, su PIB per cápita
se ha duplicado en los últimos 20 años”.
Pese a estar a un día de
viaje en avión (desfase horario incluido) desde la capital de la Costa del Sol,
merecería la pena visitar la nación isleña para conocer in situ cuáles
son los ejes en los que se ha sustentado su auténtico milagro económico, y las
claves de sus asombrosos resultados educativos. Aunque quizás haya que
contentarse con repasar algunos análisis como el arriba citado, o el más
reciente de Armen Sarkissian, que ensalza el potencial del “club de los pequeños
estados”.
Sin embargo, no hay que perder
de vista que Singapur es uno de los países con mayor deuda pública del planeta,
situada en el 170% del PIB. Pero, antes de sacar conclusiones inmediatas,
conviene repasar las singularidades que también concurren, en dicha vertiente,
en ese prodigio asiático. Según Toby Nangle, “Singapore has lessons for
countries worrying about debt” (Financial Times, 28-3-2024), aunque las exponga
de forma particularmente pedagógica.
[1]
“The Fourth Revolution. The Global Race to Reinvent the State”; reseña
en eXtoikos, nº 16, 2015.