La potenciación de las instituciones universitarias es habitualmente considerada uno de los factores del extraordinario proceso de desarrollo económico experimentado por Estados Unidos a partir del siglo XIX. El énfasis de los ilustrados Padres Fundadores marcó un modelo económico que dio abundantes frutos. La instrucción de la población, en general, y la dotación de prestigiosos centros universitarios, en particular, han sido y son estimados como requisitos básicos del progreso económico y social.
Sin embargo, sorprendentemente, en un artículo de hace unos meses, la
revista The Economist se hacía eco de una tesis desafiante, en la medida en que
venía, no sólo a cuestionar la relación causal positiva del sistema
universitario con el crecimiento económico, sino incluso a postular la
existencia de una influencia negativa. El título del artículo, “Ivory sour: how
universities contribute to slow economic growth” (10-2-2024), es ya bastante
ilustrativo.
A diferencia de la experiencia de las décadas de los años 50 y 60 del
siglo pasado, en las que las economías desarrolladas registraron sustanciales incrementos
de la productividad, la gran expansión posterior de la educación terciaria ha
coincidido con una ralentización de la productividad.
Dicha observación proviene de un trabajo de Ashish Arora y coautores (“The
Effect of Public Science on Corporate R&D”, NBER, WP 31899, noviembre
2023). En este este se argumenta que, en el período de la posguerra mencionado,
las instituciones universitarias desempeñaban un modesto papel en la innovación,
que recaía fundamentalmente en los laboratorios de las grandes corporaciones.
El tránsito de un modelo a otro ha tenido, según la referida investigación,
un impacto neto negativo. Por un parte, se ha perdido la interacción de equipos
multidisciplinares que se daba en los laboratorios corporativos. Por otra, se
apunta que, “liberada de las demandas de los jerarcas corporativos, la
investigación se centra más en satisfacer la curiosidad de los ‘bichos raros’ o
en impulsar los cómputos de citas que en encontrar rupturas que cambien el
mundo o hacer dinero”.
Hace años, en un concurso a una plaza de profesor universitario de
métodos cuantitativos de Economía, a la que concurría un profesor full time
y otro part time, que trabaja también en una multinacional, el filósofo
Lucio Ségel, quien, al igual que yo, asistía como espectador, me planteaba si
la condición de ese segundo profesor no debiera ser tenida en cuenta a la hora
de ponderar su faceta investigadora. En aquel momento, no le di la razón, pero
ahora le remitiré, para su conocimiento, las referencias indicadas.