Desafortunadamente, ya no. Ojalá
que, dentro de un tiempo, todavía indeterminado, alguien no tenga que pronunciar
ese lamento, una vez que se hubiese superado el punto de no retorno, y nuestro
planeta se convirtiese en un lugar completamente inhabitable.
Es un escenario desgarrador, más
que posible, probable, a tenor de las proyecciones de lo que ha dado en
llamarse “consenso científico”. A día de hoy, según parece, la situación aún no
es irreversible y la evitación del cambio climático todavía es factible. Sin
embargo, no lo será si todo queda al albur de las fuerzas del libre mercado.
Es, en suma, la tesis que sostiene Martin Wolf, y que da título a un reciente
artículo: “Market forces will not halt climate change” (Financial Times -FT-, 3-7-2024).
En él se señala que “es claro por ahora que las predicciones pasadas del calentamiento
global han demostrado ser en gran medida correctas. Persistir con escepticismo es
inmoral y estúpido”.
Según Wolf, dos son las ideas que
están en el centro de los intentos para frenar el cambio climático: descarbonizar
la electricidad y electrificar la economía. El panorama no es positivo, no se
espera un cambio inmediato, y hay un factor que lo dificulta: “simplemente, la
gente no quiere pagar el precio de descarbonizar la economía”. Un dato es
bastante demoledor: la producción de electricidad generada por combustible
fósiles alcanzó en 2023 su máximo histórico. La cuota de la electricidad
producida de esa forma ha disminuido desde el 67% en 2015 al 61% en 2023, pero
la producción global de la electricidad creció un 23% en esos 8 años.
Wolf atribuye al “deseo de personas
y empresas, en países emergentes y en desarrollo, de disfrutar de estilos de
vida de los países de alta renta, intensivos en energía” la explicación de ese “crecimiento
explosivo de la generación de electricidad.
El editor económico jefe del FT
se hace eco de la existencia de movimientos partidarios del “de-crecimiento”,
pero considera que “detener el crecimiento, incluso si fuera políticamente
aceptable (¡que no lo es!), no eliminaría la demanda de electricidad. Ello
requeriría, en su lugar, revertir el crecimiento de los últimos 150 años”.
Como única solución apunta una
descarbonización más rápida y, así, una mayor inversión en electricidad
generada por renovables, incluyendo la energía nuclear. Hay que partir de “reconocer
que, a pesar de todo lo hablado, las emisiones no están cayendo y así tanto los
stocks de gases de efecto invernadero en la atmósfera y las temperaturas
globales están subiendo”. Más peligrosos que los partidarios del “decrecimiento”
son, en su opinión, sus opuestos, los partidarios del mercado libre y los
nacionalistas.
Confiesa que, hasta hace poco,
aún esperaba que las fuerzas del mercado podrían dirigir el mundo hacia las
energías renovables de una manera bastante rápida, pero “esto no parece ya
plausible, puesto que la senda para el cambio a las renovables necesita ser
acelerada grandemente”. Aludiendo a Brett Christophers, autor de la obra “The price
is wrong: why capitalism won’t save the planet”, apunta que una combinación de fuertes
impuestos sobre el carbono, subsidios de largo plazo y cambios en el diseño de
los mercados de electricidad pueden ser medidas necesarias.
El mercado -concluye- no resolverá
el fallo del mercado que representa el cambio climático: “Hablamos mucho. Pero
vemos que es imposible en la práctica actuar según la escala que se precisa.
Esto es un fallo trágico”.
Aparte de las medidas indicadas, Wolf no aborda explícitamente la opción de un sistema económico alternativo al capitalismo. A tenor de los abundantes registros históricos existentes, ¿cabría perfilar a los regímenes comunistas como garantes de la preservación del medioambiente y eficaces combatientes del cambio climático? ¿Podrían ser un faro de esperanza para corregir la mayor de las externalidades, la asociada al clima?