El
célebre aforismo atribuido a Bernardo de Chartres sintetiza con estilo
insuperable el proceso de construcción del conocimiento: “Nosotros somos como
enanos que están a hombros de gigantes, de modo que podemos ver más lejos que
ellos no tanto por nuestra estatura o nuestra agudeza visual, sino porque, al
estar sobre sus hombros, estamos más altos que ellos”. Incluso el considerado
como el mayor científico de la historia, Isaac Newton, llegó a rendirle culto.
A
lo largo de siglos, ha habido notables cohortes de gigantes, de estatura cada
vez más elevada, que han posibilitado ir extendiendo los horizontes del conocimiento.
De la interacción de enanos y gigantes se ocupó Umberto Eco en un ensayo, cuya comprensión
requiere ir subiendo a lomos de unos cuantos gigantes[1].
En
dicho ensayo, el filósofo italiano advierte de que “Existe el peligro, y nadie
tiene la culpa, de que, en una situación de innovación ininterrumpida e
ininterrumpidamente aceptada por todos, legiones de enanos se sienten sobre los
hombros de otros enanos”.
Realmente,
¿es posible caer en lo que bien podría calificarse como una distopía?
Alicia
Delibes, en “El suicidio de Occidente: la renuncia a la transmisión del saber”
(Ediciones Encuentro, 2024), de manera muy documentada, aporta una serie de
claves en perspectiva histórica. Y no, al leer este estudio sobre la historia
de la educación en Occidente, no podría afirmarse que nadie tiene la culpa.