En junio de 1930, el gran economista
británico John Maynard Keynes impartió en la Residencia de Estudiantes de
Madrid una conferencia organizada por la Sociedad de Amistad Anglo-Española.
Elevada a la categoría de mítica, Keynes expresó en ella algunas de sus
sentencias más emblemáticas, como una en la que anhelaba que los economistas
pudieran conseguir ser considerados “personas competentes, modestas y útiles”
como los odontólogos.
La conferencia llevaba por título “Las
posibilidades económicas de nuestros nietos”, y en ella se planteaba cuáles
serían las condiciones de vida dentro de 100 años, horizonte temporal a punto
de completarse. Se atrevió a vaticinar que “el nivel de vida en las naciones
progresivas [sería] entre cuatro y ocho veces más alto que el de [1930]”. No
obstante, apuntaba que el destino económico estaba regulado por cuatro
condiciones: el poder para controlar la población, la capacidad para evitar las
guerras y las desavenencias civiles, la confianza en la ciencia para la
dirección de los asuntos propios de ésta, y la tasa de acumulación del capital
(diferencia entre la producción y el consumo).
Es bastante sensato que los economistas,
aunque no hayamos alcanzado aún el estatus reputacional de los odontólogos, nos
preocupemos del bienestar de las generaciones venideras, con carácter general,
y del futuro que espera a nuestros hijos y nietos, en particular. Kristalina
Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), se suma a
esa tarea con fines orientadores.
Los técnicos del FMI contemplan dos
escenarios para los próximos 100 años: uno de “baja ambición”, en el que el PIB
global sería unas 3 veces más grande que el actual, y las condiciones de vida,
el doble; otro, de “gran ambición”, en el que el PIB se multiplicaría por 13, y
las condiciones de vida por 9. Esa marcada diferencia obedece a que el primer
escenario se basa en la etapa de bajo crecimiento durante los 100 años anteriores
a 1920, y el segundo, en las tasas registradas desde 1920.
Para lograr que se materialice el segundo,
resulta necesario, según Georgieva, un compromiso continuado para que la
economía se sustente en unos “fundamentales” sólidos: estabilidad de precios,
niveles de deuda pública manejables, estabilidad financiera, apertura del
comercio internacional, emprendimiento para impulsar el crecimiento y el
empleo, mejora de la cooperación internacional, y crecimiento sostenible y
equitativo. Además, la inversión debe orientarse hacia los destinos más
necesarios y de mayor impacto (medio ambiente, nueva revolución industrial, y
personas).
Keynes era bastante optimista respecto al
futuro. Los datos económicos -globalmente considerados- parecen avalarlo: a
pesar de que la población mundial se ha cuadruplicado en el último siglo, la
renta global per cápita se ha multiplicado por 8. Pero quizás lo era en exceso,
desafortunadamente. La ausencia de guerras sobresale en el apartado de sus
hipótesis, como la desaparición del problema económico de la humanidad en el de
sus pronósticos. Según su análisis, a estas alturas, cualquier persona podría
dedicarse casi por entero al ocio; a lo sumo, habría que trabajar 3 horas al
día, o 15 a la semana. Es posible que eso sea factible para algunos, pero sigue
existiendo una gran desigualdad social en la vertiente de la dedicación, de la
que se habla poco: la brecha del esfuerzo personal.
Al margen de la consideración de la
evolución de las tasas de crecimiento económico, hay otras lecciones de la
experiencia que habría que remarcar a las nuevas generaciones: i) la democracia
no es una conquista que esté blindada como algo irreversible; ii) las
libertades económicas y el imperio de la ley son factores esenciales para
preservar un proceso de desarrollo económico; iii) el curso de la sociedad va a
depender en gran medida de cuál de estas dos visiones del mundo prevalezca: la
que se basa en la supremacía de las libertades individuales, o la que defiende
la hegemonía de la ingeniería social. Encontrar una relación equilibrada,
armónica y complementaria entre el Estado y el mercado será un condicionante
clave del porvenir económico de nuestros nietos. El reloj ya se ha puesto en
marcha, y el horizonte está mucho más cerca.
Por cierto, en aquella memorable
conferencia de 1930, Keynes destacó que “Las décadas de la mayor gloria
política, económica y artística de España -las tres cosas a menudo iban juntas-
proporcionaron el impulso inicial para la formación del mundo moderno”. A la
vista del éxito cosechado por los adagios keynesianos dentro de la cultura y el
imaginario populares, cabría formular la hipótesis de si la leyenda negra
hispana habría quedado debilitada, o incluso desactivada, de haberse difundido
ese pensamiento, que, un tanto misteriosamente, desapareció del texto editado
del discurso.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)