Formuló Francisco Giner de los
Ríos una definición de arte merecedora de consideración: “Para el sentido
común, obra siempre artísticamente quien, en la ejecución de una empresa
cualquiera, procede de tal modo que toda su acción, recogida en sí misma y
atenta cuidadosamente a su objeto, sin distraerse de él un punto, hace converger
y servir para éste con perseverancia y delicado tacto cuantos medios se
requieren, hasta lograr que el resultado corresponda a su idea”. Para el pensador rondeño, “el arte de la vida”
viene a ser “la aplicación sistemática de toda nuestra actividad con sus diversas
facultades a la consecución de nuestro destino”.
Democratizadora e incluyente donde
las haya, esa definición gineriana abre una esperanzadora vía para que personas
sin dotes artísticas puedan aspirar a alcanzar el estatus de artista abnegado, al
tiempo que nos sirve para no olvidar que, en la vida, hay verdaderos artistas en
la práctica del egocentrismo.