17 de febrero de 2024

Acerca de los determinantes del PIB per cápita

 

Aunque, en más de una ocasión, se ha anticipado la inminente jubilación del producto interior bruto (PIB) por habitante como indicador del nivel de desarrollo económico de un país o de un territorio, lo cierto es que sigue ocupando una posición hegemónica. Pese a las considerables críticas que recaen sobre el propio concepto y el cómputo del PIB (desatención de los efectos contaminantes de la producción de bienes y servicios, no inclusión -total o parcial- de la economía sumergida ni de las actividades domésticas, solución insatisfactoria a la contabilización de la producción pública, abstracción de la desigualdad en la distribución de la renta…), lo cierto es que, a la hora de la verdad, resulta difícil sustraerse al dictado de dicho indicador. Las críticas metodológicas se multiplican, al tiempo que surgen alternativas para medir el nivel de vida y el bienestar de la población, pero el PIB per cápita muestra una resiliencia asombrosa.

No es extraño, pues, que nos veamos afectados por un sentimiento de desazón al examinar los datos del PIB por habitante correspondientes al año 2022, para el conjunto de regiones españolas, publicados recientemente por el Instituto Nacional de Estadística. Con una cifra de 21.091 euros, el PIB por habitante de Andalucía equivale al 75% de la media española, y se sitúa en el último lugar entre las 17 comunidades autónomas, aunque quepa efectuar algunos ajustes y correcciones. El PIB por habitante de España equivale a un 86% de la media de la Unión Europea (UE), lo que significa que el de Andalucía es aproximadamente un tercio inferior al de la UE.

¿Cómo es posible que estemos en esa situación? Hace más de 45 años, cuando se reclamaba autonomía regional, ésta se concebía como un instrumento para potenciar el desarrollo económico y lograr una convergencia económica real con las regiones más avanzadas de España. Ésta era, de hecho, una de las motivaciones para emprender un proceso tan amplio e intenso de descentralización del sector público como el protagonizado por España, como es también una aspiración de la UE respecto a sus Estados miembros y a sus regiones.

Ahora bien, no haber colmado las pretensiones de convergencia no significa que no haya habido sustanciales mejoras económicas y sociales. De entrada, la población andaluza ha aumentado un 35% desde 1977, la magnitud de la economía casi se ha triplicado en términos reales, el número de ocupados prácticamente se ha multiplicado por dos, y el PIB real por habitante se ha duplicado. Se trata de incrementos muy sustanciales, claramente apreciables en perspectiva histórica, que, sin embargo, se diluyen cuando nos situamos en un marco de referencia donde también se han registrado aumentos, y, además, ha habido un menor incremento de la población.

A este respecto, es interesante ver cómo ha evolucionado la distribución territorial del total de la producción de España entre los años 1955 y 2019 (antes de la pandemia del coronavirus), tomando la serie homogénea elaborada por Fedea. En el año 1955, el peso de Andalucía dentro de la economía española era del 13,9%. Luego disminuyó, hasta alcanzar un mínimo del 13% en 1975. En 1990 y 1991 se llegaba al 13,7%. Tras algunas oscilaciones, se situaba en el 13,3% en 2019. Una considerable estabilidad en la participación se observa en la gran mayoría de las regiones. Hay, sin embargo, algunos rasgos significativos: el retroceso de Cataluña y del País Vasco, y especialmente, el gran avance de Madrid, que, partiendo de un 11,6% en 1955, se coloca, al final del período considerado, por encima del 19%, como primera economía regional.

El análisis del nivel de PIB per cápita en Andalucía nos lleva, indefectiblemente, a la consideración del “álgebra simple del desarrollo económico”. La magnitud del PIB per cápita viene explicada por el juego de tres variables básicas: i) el porcentaje de personas ocupadas sobre la población total; ii) el esfuerzo laboral o número de horas trabajadas por cada persona ocupada; y iii) la productividad aparente del trabajo, es decir, el valor de la producción por hora trabajada. El desfase observado en el PIB por habitante de Andalucía viene explicado esencialmente por dos factores: la tasa de ocupación sobre la población y la productividad se sitúan, en ambos casos, en torno a un 90% de la media nacional. Además, en los últimos años, de manera llamativa, las estadísticas reflejan un menor número de horas trabajadas por ocupado, lo que puede obedecer a una diferente duración media de determinados contratos.

 En suma, la anterior descomposición nos indica el camino para progresar en la convergencia real (para un mismo esfuerzo laboral): aumentar la proporción de empleados dentro de la población y/o elevar la productividad. Estas prescripciones son algo muy simple de enunciar; más difícil, a la vista de la experiencia, es aplicar medidas efectivas para que puedan materializarse y alterar tendencias históricas.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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