12 de noviembre de 2023

El análisis económico de la religión

 

Cuando uno se detiene ante las joyas pictóricas que se exhiben en la exposición “Fieramente humanos. Retratos de santidad barroca en el arte español del siglo XVII”, ofrecida actualmente en el Museo Carmen Thyssen de Málaga, es difícil que no quede extasiado ante semejante desbordamiento de belleza y grandiosidad artísticas. Sólo si logramos reponernos de ese impacto visual, tendremos también la oportunidad de reflexionar acerca de la influencia social de la religión a través del arte. Ciertamente, el catálogo de creaciones supremas es inabarcable.

Siendo esto innegable, no lo es menos la incidencia que la religión ha ejercido, de manera directa, en los planos económico, social y político. A pesar de ello, durante bastante tiempo hubo considerable reticencia o escepticismo por parte de los investigadores económicos respecto a la pertinencia de la incorporación de las cuestiones religiosas a su campo de estudio, tal vez muy conscientes de la advertencia divina implícita en “Mi reino no es de este mundo”. La obra de Rachel M. McCleary y Robert J. Barro “The wealth of the nations” (2019) viene a representar uno de los principales exponentes de la Economía de la religión, que no está interesada en los contenidos doctrinales, sino en responder a preguntas tales como la conexión entre la religión y el crecimiento económico, la competencia entre las distintas corrientes religiosas, o los costes y beneficios personales ligados a la adhesión a unas creencias y prácticas, y cómo éstas afectan al comportamiento individual.

En este contexto, la conocida tesis de Max Weber sobre el papel del protestantismo en la formación del capitalismo es referencia obligada. Según esta interpretación, las creencias religiosas pueden fomentar rasgos, como la ética del trabajo, la honestidad y el ahorro, que contribuyen al crecimiento económico. Una vez que el capitalismo moderno llegó a ser predominante en algunos países, prosigue la explicación weberiana, quedó emancipado de sus antiguos apoyos.

Los datos empíricos confirman en buena medida la hipótesis de la secularización, que propugna que el desarrollo económico reduce la participación individual en actividades religiosas formales y también las creencias religiosas. No obstante, McCleary y Barro señalan que la disminución de la religiosidad no implica necesariamente un rechazo de la religión. Y concluyen que las creencias religiosas -notablemente, en relación con el cielo y el infierno- continúan siendo, más que las prácticas, importantes factores del crecimiento económico. Se apunta igualmente la hipótesis de que la capacidad de lectura individual de los textos sagrados puede llevar a una mayor alfabetización y, por esta vía, a promover el avance económico. Desde un punto de vista histórico, los condicionantes religiosos sobre la forma legal societaria, las herencias, los mercados del crédito y el seguro, y el cumplimiento de los contratos han tenido, en países de tradición islámica, gran importancia en el curso de los acontecimientos económicos.

En el libro se pone de relieve la complejidad de los determinantes de la religiosidad. Se aprecia una relación negativa entre el nivel de desarrollo económico, medido por el PIB per cápita, y los indicadores de religiosidad. Sin embargo, no se encuentra evidencia de que un mayor número de años de educación reduzca la adscripción religiosa.

La competencia entre las diferentes confesiones por atraer fieles es analizada en el marco de un mercado de la religión. Hay una oferta de religión, sustentada en determinadas creencias sobre la salvación, la condenación, el más allá, y seres sobrenaturales. La exaltación y la elevación de personajes al grado de santidad han sido recursos utilizados por las autoridades eclesiásticas para incrementar el número de fieles, y como forma de competir con otras doctrinas religiosas. Asimismo, hay una demanda de servicios religiosos, en función de los costes y beneficios ligados a la participación en una comunidad religiosa. El valor del tiempo se muestra cambiante a lo largo del ciclo de vida de las personas, lo que da lugar a que dicha participación tenga un perfil, asociado a la edad, en forma de “U”.

La “búsqueda de la verdad” es el cometido de la Economía de la religión, una verdad no trascendental, mundana, que pueda ser contrastada con la realidad y desafiada por datos terrenales objetivos. Igual que no es condición necesaria ser creyente para disfrutar del arte sacro, tampoco lo es para adentrarse en esa sugerente área del conocimiento económico. Igualmente, no es requisito tener que renunciar a creencias religiosas. Ahora bien, en este terreno es quizás más patente que en ningún otro la dependencia de la Economía normativa de la Economía positiva. El margen de lo que “debe ser” es bastante amplio, a diferencia de lo que concierne a lo que “es”.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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