9 de septiembre de 2023

El caso de las infraestructuras públicas: ¿un “almuerzo gratis”?

 

Es un lugar común afirmar que las infraestructuras económicas y sociales son un elemento clave para el desarrollo económico[1]. Dadas sus características técnicas desde un punto de vista económico, se trata de una área de actuación especialmente propicia para la intervención del sector público. Ya Adam Smith, considerado un paladín del liberalismo económico, al abordar los deberes del soberano, incluía expresamente las obras públicas. En “La Riqueza de las Naciones”, sostenía que la creación y mantenimiento de las obras públicas que faciliten el comercio de un país requerían efectuar gastos de diversa índole en los diferentes períodos de la sociedad, y que esto era algo tan evidente que no necesitaba demostración.

Como todo bien, una infraestructura requiere incurrir en una serie de costes para su producción. La construcción de infraestructuras no es, pues, una actuación gratuita, sino que, por el contrario, dada su magnitud típica, conlleva elevados costes, lo que representa un freno para su aprobación y puesta en marcha. Sin embargo, no faltan analistas que consideran que ese freno desaparece si, adoptando una visión amplia y extendida en el tiempo, se tienen en cuenta sus repercusiones en el conjunto del circuito económico y su aporte a las arcas públicas.

¿Pueden las inversiones en infraestructuras llegar generar recursos suficientes que compensen los costes incurridos, esto es, ser “almuerzos gratis” (“free lunches”)? Es la pregunta clave. De entrada, es fundamental saber cuál es el origen de la financiación del proyecto. La situación cambia notoriamente si se recurre a impuestos, a la sustitución de otros programas de gasto público, o al endeudamiento. Y, no digamos, si los fondos provienen de transferencias concedidas por otro gobierno, caso en el que no caben dudas acerca de la gratuidad del almuerzo.

En relación con la opción de los impuestos, el análisis tiene que considerar el impacto de los efectos económicos que puedan desencadenarse, así como un coste tan poco visible, pero, a veces, muy importante, como el del “exceso de gravamen”. Su cómputo eleva ineludiblemente el umbral exigido. Respecto al endeudamiento, el tipo de interés juega evidentemente, un papel clave.

En todos los casos, el análisis ha de contemplar los efectos a corto plazo derivados del gasto efectuado, en un triple plano: efectos directos, indirectos e inducidos. La cuantía que alcance en la práctica el multiplicador del gasto es fundamental. Si éste es elevado, quedaría garantizado que, por la vía de los tributos, se recuperaría una parte sustancial del coste de la inversión.

Otro factor relevante es el impacto que las infraestructuras tienen, a largo plazo, sobre el valor de la producción nacional, que puede aumentar de manera estructural. Aunque no haya que olvidar los gastos de mantenimiento de las infraestructuras, de esta forma puede también obtenerse más ingresos fiscales recurrentes.

Sean finalmente o no un “almuerzo gratis”, las infraestructuras tienen un coste. Es un error pensar que no existe tal coste, pero también lo es, a veces mayúsculo, creer que no dotar las infraestructuras necesarias no lo tiene. Hay, así, un coste de las infraestructuras -que puede verse compensado parcial o totalmente-, y un coste de las no infraestructuras, que puede llegar a ser muy sustancial.





[1] https://www.econosperides.es/images/Documentos_de_trabajo/DT11.

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