Suele ser habitual que, tras
la celebración de unas elecciones generales, se proclame de manera solemne que
la voluntad de la sociedad en su conjunto se ha expresado en un determinado sentido.
La voluntad del pueblo se ha manifestado, es lo que se afirma con naturalidad.
Sin embargo, al llegarse a ese tipo de conclusiones da la impresión de que el
cuerpo electoral constituye algo así como un ente abstracto, como una entidad
diferente que actúa al margen de los individuos que la integran. Realmente no
es así. Esa supuesta voluntad colectiva no es sino el resultado de aplicar una reglas
de votación, agregación y distribución de puestos elegibles a una serie de
votos individuales que han sido emitidos. No existe nada parecido a una
voluntad colectiva. Sólo hay voluntades individuales cuyo resultado, eso sí, da
lugar a una asignación que, por tener consecuencias únicas y de alcance nacional,
tiene el carácter de una situación colectiva.
Cada persona decide si votar o
no y, en el primer caso, adopta una decisión estrictamente individual en función
de una potencialmente amplia gama de factores (ideología, identificación con un
programa de gobierno, inclinación por perfiles concretos de candidatos,
confianza, expectativas, cálculo económico, eficacia de las campañas, posicionamiento
de medios de comunicación, vínculos sociales, pronósticos electorales, etc.).
El impacto marginal de un voto puede ser muy limitado o nulo, mientras que el
impacto total dependerá del grado de concentración con otros afines. Todo voto
es autónomo en el momento de su emisión, pero al mismo tiempo absolutamente
dependiente de otros para poder materializar una aspiración individual en la
configuración del poder político.
En este mismo contexto, tiende
a hablarse de una sabiduría superior o, en algunos casos, de una falta de perspectiva
global, pero, en el fondo, todo obedece a decisiones individuales. Un resultado
global estimado como acertado o no acertado no es más que la síntesis de
comportamientos de uno u otro sino a escala individual. No cabe apelar a un
espíritu colectivo providencial o desafortunado al que atribuir los pros y los
contras del panorama resultante. En primera y última instancia, el elemento
crucial no es sino el ejercicio de un derecho individual.