No hace mucho, un articulista
británico señalaba que, en su primera visita a España, donde tiene familiares,
y a pesar de hablar nuestro idioma, se había sentido extrañamente desorientado.
Casualmente, encontró una explicación, cuando una amiga le comentó que “la
cuestión es que en España no existe una palabra para el ‘afternoon’”[1].
Aun cuando los diccionarios traducen “the afternoon” por “la tarde”, concluye
que el asunto es algo más complicado: “La tarde no es una palabra netamente definida
que cubra un segmento discreto del día antes del ‘evening’. Porque, ¿cuál es la
palabra para ‘evening’ en España? Es ‘la tarde’, también… la tarde reina en
todo ello, un concepto amorfo que abarca un período tan grande del día que
otros idiomas necesitan dos palabras para el mismo”.
Si quienes vivimos en España
aún no hemos logrado saber dónde se ubica el “mediodía”, no es de extrañar que propios
y extraños alberguen dudas acerca de lo que dura una tarde. Lleva, pues, razón
cuando afirma que “Los propios españoles no se ponen de acuerdo sobre cuándo empieza
o acaba [la tarde]”, y bautiza su aflicción con el nombre de “scheduling shock”
(“choque de programación”).
A partir de ahí traza una categorización
de los españoles en función de los parámetros utilizados para acotar períodos
del día: “clockists” (aquellos que se atienen al reloj), “foodists” (los que priman
las comidas), “siesteros”…
Al final, aparece la forzada ubicación
en la zona CET como posible explicación de los desajustes, agravados por el
horario de verano[2].
Pero, si es difícil saber cuándo comienza la noche en los meses de estío peninsulares,
aun debe de serlo más en las blancas noches septentrionales.