11 de agosto de 2023

Añoranza de las presentaciones efímeras

 

Los costes fijos de preparación de una clase, una conferencia o una ponencia son elevadísimos. El coste marginal de repetición de los mismos contenidos es, en cambio, muy reducido. Eso sí, partiendo de la premisa de que el tema objeto de estudio no deba ser objeto de actualización en el intervalo de tiempo considerado. Así, el coste medio de las sucesivas intervenciones va disminuyendo de forma sostenida. Sólo de esta manera puede resultar medianamente rentable embarcarse en la tarea de preparación de una exposición sobre cuestiones novedosas. Las intervenciones limitadas a una sola ocasión pueden tener unos costes prohibitivos, en términos de esfuerzo y dedicación. Es una pauta aparentemente bastante razonable que siguen muchos docentes, conferenciantes o ponentes responsables.

De hecho, a raíz de una reciente participación en un curso de verano, un asistente me recomendaba que organizara alguna ronda con objeto de sacar provecho del esfuerzo realizado. Después de más de cuarenta años de comparecencias de esa naturaleza, ha sido una de las pocas personas que ha sabido captar y ponderar la dedicación requerida.

Sin embargo, cuando uno asume el reto y el compromiso de impartir una clase, una conferencia o una ponencia, ante el foro que sea, no ha de tener en mente, como cuestión prioritaria, el horizonte inversor de la posible reiteración de la exposición. Tratar de alcanzar la meta por primera vez es ya en sí mismo un objetivo dotado de un valor especial. Ciertamente, la inversión puede ser ruinosa en los términos indicados, pero al mismo tiempo está impregnada de otras connotaciones, por definición, irrepetibles. Por lo demás, reproducir estricta y mecánicamente una clase, una conferencia o una ponencia no deja de ser una impostura personal. Hay que dejar siempre abiertas las puertas a alguna adaptación, actualización, complemento o matización. Un docente no puede estar nunca sujeto a corsés inamovibles, ni siquiera a los propios.

La exclusividad de una intervención en la primera y única sesión tiene alicientes personales, pero también, ineludiblemente, conlleva algún que otro sinsabor. Especialmente cuando no queda constancia de ella ni uno mismo es capaz de encontrar, al cabo de los años, las huellas en las que se sustentó. Echo la vista atrás y un aluvión de imágenes deslavazadas se acumula, sin que exista ya posibilidad de encontrar vestigios. Salvo en el campo de la educación financiera, donde, por exigencias del guion, ha habido alguna recurrencia, aunque nunca total coincidencia, no logro recordar ninguna intervención, no ligada a actividades docentes regladas, cuyos costes hayan podido repartirse entre varias sesiones. No es, desde luego, el principal aspecto a lamentar. No hay que olvidar ni desdeñar que afrontar unos mayores costes fijos implica también una mayor exposición a la inquietud del conocimiento y la apertura de nuevos horizontes.

Tras la búsqueda frustrada de una antigua presentación sobre la eficiencia, únicamente he localizado las imágenes adjuntas, en las que, junto a la Justicia, aparecen un catalejo y un microscopio. No he encontrado ningún texto aclaratorio, pero tengo la sensación de que ambos instrumentos siguen siendo una fuente de inspiración, como la evaluación ciega, un criterio irrenunciable para juzgar cualquier propuesta.

A AEB, mi más sincero agradecimiento por su generosidad. Al fin y al cabo, los beneficios intangibles pueden ser un importante factor compensatorio de los apabullantes costes fijos.



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