Narra Chris Giles, editor económico
del diario Financial Times, que, en 2018, recibió el encargo de actuar
como árbitro acerca de cuál de dos economistas que pronosticaron, en ese año,
la tasa de pobreza infantil, en Reino Unido, para el período 2021-2022 resultaría,
en su momento, ganador de una apuesta. Uno de ellos -el perdedor de las 1.000
libras apostadas- pronosticó que dicha tasa pasaría del 30% en 2016-17 al 41%
en 2021-22. El dato real resultó ser del 29%.
El articulista aprovecha el
episodio para extraer algunas lecciones de la referida pifia[1].
Parte de recordar que la medida de pobreza infantil utilizada era la proporción
de niños que viven en hogares con rentas (después de los costes de la vivienda)
por debajo del 60% de la mediana. El problema para el perdedor de la apuesta no
fue que el gobierno hubiese aplicado una mayor generosidad en sus políticas
sociales, sino, simplemente, no haber previsto que las rentas medianas pudiesen
crecer tan lentamente. De aquí concluye que “los resultados demuestran que la
medidas relativas globales abusan de la palabra ‘pobreza’. La pobreza medida tiende
a aumentar en los tiempos buenos, ya que las rentas medianas reales aumentan
más rápidamente, y más personas quedan por debajo del umbral vinculado a la
mediana. Aquellas caen en los malos tiempos malos cuando la verdadera pobreza
está aumentando”[2].
Finalmente, después de desacreditar
de esta manera al indicador utilizado habitualmente para cuantificar la
pobreza, destaca como aspecto más importante, “que lo que realmente importa
para una genuina reducción de la pobreza es el crecimiento económico”.