Según atestigua la experiencia
histórica de países, regiones y ciudades, el destino económico no está
predeterminado por fuerzas inexpugnables. No existen automatismos que
garanticen el progreso, ni tampoco frenos insalvables que lo impidan. El
resultado depende, en gran medida, de cómo se configure el marco de actuación,
del respeto del imperio de la ley, de la calidad y la eficacia de las
instituciones, y de la capacidad de generar dinamismo económico. La ciudad de
Málaga concita hoy una gran atención dentro del panorama nacional e
internacional. Es, en puridad, una de las muchas “Málagas” que podrían haber
sido, y nada asegura que su estatus actual se mantenga incondicionalmente en el
futuro. Todo dependerá de las estrategias que se adopten, y de su posicionamiento
relativo en un entorno cada vez más complejo, cambiante y competitivo.
La ciudad no deja de ser, en todo
caso, una realidad integrada por proyectos y espacios colectivos, pero sustentada
en una estructura territorial y social caracterizada por un elevado grado de
diversidad y heterogeneidad. La visión global ha de complementarse, pues, con
la incorporación de una perspectiva granular. Es también la capital malagueña
uno de los casos en los que de forma más significativa se aprecia la diferencia
existente entre la urbe administrativa y la urbe efectiva, que, prácticamente
sin solución de continuidad, se extiende al conjunto de los municipios del área
metropolitana y, de manera especial, a la franja costera. Más de un 80% de la actividad
económica y de la población de toda la provincia se concentra en esa macroárea.
A tenor de los datos
macroeconómicos, Málaga ha protagonizado una historia de éxito a lo largo de
los últimos decenios. A mediados del siglo veinte, la provincia representaba un
12% de la economía andaluza. En la actualidad se sitúa algo por encima del 20%.
Desde 1995 hasta antes de la pandemia de la Covid-19, la magnitud de la
economía, en términos de PIB y de ocupación, se duplicó. El PIB per cápita se
incrementó cerca de un 50%.
Hay un amplio elenco de factores explicativos
del dinamismo de la economía malagueña. Como telón de fondo, el entorno natural,
el patrimonio histórico y el capital físico, con una mejora muy sustancial de
las dotaciones de infraestructuras y de equipamientos de ocio y culturales. Ha
habido también una gran expansión del parque empresarial, con un aumento de
empresas en sectores de alta y media-alta tecnología, y de tecnología punta, y
con un destacado papel del PTA.
La atracción de flujos turísticos,
con una clara interacción de oferta y demanda, ha desbordado las expectativas. El
capital humano ha tenido una aportación de primer orden. La ampliación de
titulaciones por la UMA ha ejercido como factor de impulso. Hay que aludir,
asimismo, a la planificación estratégica metropolitana, y al papel de Málaga
como gran ciudad, abierta, orientada a la innovación y a la cultura.
No obstante, los buenos registros
económicos agregados no deben ocultar los problemas existentes, ni llevar a
desatender los grandes retos que se afrontan ya o se perfilan en el horizonte
cercano. De entrada, no pueden obviarse algunas debilidades en el ámbito del
mercado de trabajo, con una tasa de paro que no descendió del 10% en el punto
más alto del ciclo económico anterior, en una etapa de intensos cambios,
marcada por la transformación tecnológica y la digitalización, en la que se
aprecian desajustes entre la oferta y la demanda. Por otro lado, la buena
evolución en términos globales no puede ocultar la existencia de brechas
sociales y territoriales, ni la intensificación del uso de determinados
recursos naturales. A pesar de la trayectoria económica, el PIB per cápita se
sitúa más de un 25% por debajo de la media española, y un 40% respecto de la Eurozona.
No puede perderse de vista que hay
una serie de importantes retos que se derivan de fuerzas y tendencias globales.
Otros son de carácter más específico: a) acceso a la vivienda; b) atención de
nuevas competencias y perfiles profesionales; c) retención y atracción del
talento; d) necesidad de acompasamiento de nuevas infraestructuras; e) atenuación
de los desequilibrios territoriales intraprovinciales e intramunicipales; f) diversificación
de la estructura productiva; y g) convergencia económica real, cuyo desfase
viene explicado por los menores niveles de ocupación y de productividad.
“Siempre denodada”, uno de los
atributos recogidos en el escudo de la ciudad, ha sido uno de los factores
primordiales -no siempre explicitado ni suficientemente reconocido- de su
trayectoria histórica. Como antídoto de la autocomplacencia, está llamado a
serlo aún más para alcanzar los objetivos del Plan Estratégico Málaga 2030, que
toma como ejes la educación y la ciudadanía.
(Artículo publicado en el diario “La
Opinión de Málaga”)