1 de mayo de 2023

Modelos bancarios de viejo y nuevo cuño

 

Según recuerdan los conocedores de la tradición clásica de connotaciones serranas, eran tres los principios sobre los que pivotaba la adecuada gestión del ahorro bancario: captar el dinero, administrarlo con esmero y prudencia, y evitar que se drenara injustificadamente. Mucho antes de disponer de sofisticados “marcos de apetito al riesgo”, se aplicaban estrictos sistemas de control de la liquidez. Ante la llegada de peticiones -necesariamente físicas- de retiradas significativas de fondos por los titulares, saltaban las alarmas y los reintegradores eran llamados a consultas al despacho del banquero. Por aquel entonces, era éste un personaje respetado, investido de autoridad como asesor y consultor. El ahorro era un hábito tenido como virtud, por lo que su disposición había de superar los tests de necesidad y conveniencia exigidos por las normas que regían la previsión en el terreno de las finanzas personales.

Para un banquero a la antigua usanza, la custodia eficaz del dinero confiado y la seguridad en su recuperación íntegra y puntual eran, en cualquier caso, deberes sagrados escritos con letras de oro en su catecismo profesional. Aun así, algunos celosos depositantes pedían comprobar, de vez en cuando, que los saldos consignados en sus libretas estaban respaldados por billetes tangibles y concretos puestos a buen recaudo en la caja fuerte de su entidad. Sin ser conscientes de ello, estaban, de hecho, reivindicando la aplicación de una antigua teoría que propugnaba un coeficiente de reserva de caja del 100%, una teoría que ha encontrado nuevos partidarios en los últimos años.

Sin embargo, los bancos y las cajas de ahorros no limitaban su función empresarial a la faceta de la custodia de los depósitos captados. Por el contrario, se embarcaban en una misión bastante complicada y sujeta a riesgos. A sabiendas de que los depositantes podían exigir su dinero en cualquier momento o según el plazo acordado, normalmente corto, estaban dispuestos a prestar la mayor parte de ese dinero (de otras personas) a aquellas familias o empresas que, después de evaluar su situación económica, consideraban que tenían capacidad para hacer frente a la devolución del capital y al pago de los intereses pactados. Realizar bien las dos funciones, custodiar depósitos y conceder préstamos, es, en cierta medida, una especie de milagro, pues implica conciliar intereses contrapuestos en cuanto a los plazos requeridos por los oferentes y por los demandantes de fondos. Dicha operatoria, conocida como la transformación de vencimientos, es la que permite movilizar unos recursos que, de otro modo, quedarían ociosos, y, al propio tiempo, que los prestatarios puedan llevar a cabo sus proyectos de gasto.

Para que este modelo bancario funcione adecuadamente resultan necesarias una serie de condiciones. Entre éstas: i) que el banco evalúe bien los riesgos de sus acreditados y conceda préstamos de una manera diversificada; ii) que los depósitos se mantengan estables y no se produzcan retiradas masivas; iii) que la entidad disponga de una liquidez suficiente y de líneas adicionales para hacer frente a necesidades sobrevenidas; iv) que haya una correcta gestión del riesgo de tipo de interés, tanto de las operaciones de activo como de las de pasivo.

La experiencia reciente en el plano internacional ha puesto claramente de manifiesto que los avances tecnológicos alteran los canales, los formatos y los soportes, pero no cambian los atributos esenciales de la actividad de intermediación financiera, ni erradican per se los riesgos inherentes a ésta. Así como el atraso tecnológico no era un impedimento para aplicar unos criterios de gestión sensatos y razonables, actuar dentro de un hábitat tecnológico de vanguardia no confiere garantía alguna al respecto.

La crisis sufrida por el Silicon Valley Bank ha obedecido a una amalgama de circunstancias peculiares, entre las que pueden mencionarse: a) la existencia de una base de depositantes con saldos muy elevados (en una gran mayoría, por encima del importe cubierto por el seguro de depósitos); b) la manifestación de una acentuada demanda de mayor retribución de los depósitos, ante una fase de fuerte subida de los tipos de interés; c) la inversión, en cuantía excesiva, de los fondos captados en títulos de deuda pública a largo plazo e interés fijo, cuyo valor de mercado había descendido apreciablemente ante el alza de los tipos de interés; d) la materialización de pérdidas por su venta antes de su vencimiento, con objeto de obtener liquidez, sin recurrir a otras posibles vías, a través de préstamos con la garantía de dichos títulos, sin necesidad de venderlos anticipadamente. La era digital no ha aportado, por otro lado, grandes ventajas como cortafuegos de retiradas de depósitos, sino, más bien, todo lo contrario, por lo que invita a extremar, aún más, la prudencia. La de aquellas entidades que, aunque quizás no tenían demasiado glamour, eran muy buenas en el ejercicio de la labor de intermediación financiera.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

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