14 de mayo de 2023

La batalla de la inflación: ganadores y perdedores

 

La inflación es un “problema perverso”, clamaba no hace mucho Huw Pill, economista jefe del Banco de Inglaterra. Hay que actuar para hacer frente al “monstruo de la inflación”, instaba, a su vez, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo. Son duros calificativos, pero hacen justicia a ese grave y perturbador desequilibrio económico. Los precios desempeñan un papel vital para el funcionamiento de cualquier economía. Sin unos precios estables se pierden las referencias cruciales para la toma de decisiones económicas, y, cuando son crecientes, se entra en una senda de deterioro del poder adquisitivo del dinero.

Sin embargo, la inflación no afecta por igual a todos los agentes económicos. Su impacto va a depender de una serie de circunstancias: de si se tiene una posición financiera neta deudora o acreedora, de la duración y las cláusulas de los contratos, del poder de negociación de las partes, y, cuando los incrementos de precios no son homogéneos para todos los bienes, de la composición de la cesta de consumo de cada persona. El monstruo de la inflación devora las bases del sistema económico, pero, mientras ejecuta esa faena, reparte caprichosamente castigos y prebendas.

Como ha ilustrado el Fondo Monetario Internacional, el rebrote de la inflación iniciado en 2021, el más acusado en más de tres décadas, ha tenido efectos sustanciales sobre las cuentas públicas, ha empeorado la pobreza y ha alterado la distribución del bienestar de las familias.

Las cuentas públicas pueden verse afectadas por la inflación a través de diversas vías: i) al elevarse las cifras nominales del PIB, se reducen automáticamente las ratios de la deuda y del déficit públicos respecto a dicha magnitud económica; ii) el alza de los precios implica una mayor recaudación de los impuestos sobre el consumo; iii) al aumentar las rentas nominales se produce un perjuicio para los contribuyentes del IRPF, con independencia de que se deslicen o no a un escalón superior de la tarifa, y, si esta no se ajusta, la progresividad en frío dicta su ley implacable; iv) el valor real de la deuda pública se reduce, de manera que la inflación ayuda a su “amortización económica”: la inflación ha sido históricamente una eficaz herramienta para “saldar” la deuda pública; v) en sentido contrario, el incremento del gasto público dependerá de las revisiones salariales del personal, del ajuste de las pensiones, de los costes de los suministros, y de la evolución de los tipos de interés de la deuda.

Por su parte, las familias se ven afectadas por cuatro canales: a) el de la cesta de consumo (según cuál sea su composición); b) el de las rentas (si se actualizan o no con la inflación); c) el de la riqueza (se ven perjudicadas las que tengan depósitos y fondos líquidos, y beneficiadas las que mantengan deudas hipotecarias, especialmente cuando el mercado inmobiliario actúa como protector contra la inflación; d) en contraposición, las familias endeudadas se ven penalizadas por la subida de los tipos de interés, si se trata de operaciones a interés variable, y también respecto a nuevas operaciones de crédito.

En el caso de nuestro país, según el Banco de España, el repunte de los precios podría explicar aproximadamente la mitad del incremento de los ingresos públicos tras la pandemia, que han crecido en España a un ritmo mayor que en el resto de los países de la Unión Europea. El componente de los precios ha tenido especialmente relevancia en el IVA y el IRPF.

Como recaudadora tributaria descontrolada, la inflación tiene pocos rivales, aunque, al mismo tiempo, espolea demandas de los perceptores de ingresos y los oferentes de bienes y servicios, que tratan de mantener su poder adquisitivo. Como acredita la experiencia histórica, las espirales inflacionarias no son fáciles de frenar, lo que, de no lograrse, puede acabar requiriendo medidas abruptas o terapias bastante dolorosas para las partes perdedoras, que no son pocas.

(Artículo publicado en el diario “Sur”)

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