13 de mayo de 2023

El último verso machadiano

 

La poesía de Antonio Machado está plagada de versos sencillos y emotivos que han servido de sustento en distintas etapas de la vida. La descripción de la sensación de la lluvia tras los cristales en las tardes de escuela sigue alimentando la nostalgia, al tiempo que nos transporta a la niñez. Por aquel entonces, había clases por las tardes, y la lluvia era una compañera que nunca faltaba a la cita en sus estaciones. Otros versos dotados de fuerza y magnetismo han marcado el camino, encendiendo unas luces auxiliadoras en tiempos de tinieblas. Para sus adeptos, Machado es una fuente de inspiración y de orientación en el curso de la vida. Los devotos machadianos transmiten un entusiasmo por la figura y la obra del poeta que no dejan indiferente a nadie. Una pausada conversación con los más doctos es en sí misma un homenaje sostenido, y una invitación callada para incorporar a nuevos miembros a ese selecto club de admiradores del autor de Campos de Castilla.

Uno de los más egregios representantes de ese docto colectivo es Alfonso Guerra, quien ha expresado públicamente que “[su] fidelidad a Antonio Machado, [su] admiración por su obra, que ha dirigido en muchos aspectos la senda de [su] vida… [le] impulsa a reivindicar, una vez más, la potencia creadora de un poeta que supo y sabe inventar un mundo con palabras”. En el mismo texto, en el que se plasma un discurso académico, se recoge el último verso del poeta, quintaesencia de la poesía machadiana: “Estos días azules y este sol de la infancia”.



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