20 de mayo de 2023

El camino a la utopía según DeLong

 

Los siglos solían tener una duración de cien años. Pero no siempre es así, ni para todos los propósitos. Las demarcaciones temporales convencionales no tienen por qué ajustarse a los períodos efectivos en los que puede acotarse la historia económica. Así, los siglos, a efectos analíticos, pueden tener una duración superior o inferior a la asociada a su definición. Para J. Bradford DeLong, el siglo veinte fue un “siglo largo”, bastante largo, si tenemos en cuenta que lo extiende, por delante y por detrás, hasta completar un ciclo de 140 años, de 1870 a 2010. Con todo, es inevitable la duda de si una diferencia del 40% permite seguir calificando como centuria el período resultante. Dicho profesor de Economía de la Universidad de Berkeley no lo ve necesario e introduce en el título de su libro la referencia al siglo pasado (“Camino a la utopía: una historia económica del siglo XX”, 2022) a pesar de centrarse en el estudio de lo acontecido entre los años 1870 y 2010.

El siglo veinte delongiano es bastante largo, y también la obra señalada, que se va por encima de las 600 páginas. La introducción, ayudada por una reiteración de ideas, llega, por si sola, a la treintena.

El “largo siglo XX” arranca en una época marcada por el inicio de profundos y trascendentales cambios, ligados a la globalización, el despegue de la investigación industrial, y el auge de la corporación moderna, y finaliza en 2010, bajo el azote de la Gran Recesión. El juego que ha dado esta para el análisis económico y político es difícil de ser exagerado. Como también las bazas argumentales para cuestionar las supuestas bondades del capitalismo y del mercado, que, hasta el momento de su ignición, parecían haberse erigido en paradigmas consolidados que contribuían a la confirmación de la tesis fukuyamiana del fin de la historia. En esa nutrida corriente se inscribe DeLong, quien, pese a reconocer las aportaciones de la economía de mercado, hace hincapié en que esta se ha mostrado incapaz de resolver otros problemas que demandaba la sociedad. A este respecto, califica como “tremendamente idiotas” a Hayek y sus seguidores, “que pensaron que el mercado haría por sí solo todo el trabajo necesario para alcanzar el anhelado progreso”.

En la obra mencionada lleva a cabo una detallada aproximación al arduo camino hacia la utopía. Según afirma, “en el largo siglo XX hemos trazado una gran línea divisoria entre lo que el ser humano hizo durante buena parte de su historia y lo que hacemos hoy. Pero, en efecto, no hemos llegado a ninguna utopía”.

Ya en la introducción anticipa que “una de las razones por las que el camino a la utopía no ha sido más veloz y sólido es que gran parte de los avances han sido mediados por la economía de mercado, con su avaricia y sus injusticias”. La clave radica, según DeLong, en que “la economía de mercado no reconoce a lo seres humanos ningún derecho por encima de las propiedades que reconocen las instituciones. Y esos derechos de propiedad sólo valen de algo si ayudan a producir lo que los ricos quieren comprar. Un sistema así no puede ser justo”.

¿Merecería, entonces, la pena optar por un sistema que anule los derechos de propiedad? ¿Hay alguna experiencia histórica reveladora de las posibles consecuencias? ¿Están de alguna manera limitados tales derechos en las sociedades avanzadas en las que actúa un sector público con relevantes poderes regulatorias y fiscales? ¿Tendría futuro “el matrimonio forzoso” de Hayek y Polanyi?

Pese a la conclusión anticipada por DeLong, la profusa información contenida en la obra comentada aporta valiosos elementos para la reflexión.



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