“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”. Se atribuye este conocido adagio, supuestamente aplicable en el terreno de la política, a Abraham Lincoln. En cierta medida, Robert E. Lucas Jr. se encargó de trasladar su esencia al ámbito de la política económica.
Este
economista estadounidense, galardonado con el Premio Nobel de Economía en el
año 1995 (quedaba muy lejos una Gran Recesión que casi nadie podía
pronosticar en toda su magnitud), ha dicho su último adiós, a la edad de 85
años. Capaz como pocos de aglutinar centenares de seguidores y de detractores,
sus aportaciones fueron una especie de detonación en el campo de la teoría económica
y en el de la aplicación de las políticas públicas. Como recuerda Delphine
Strauss en un artículo del Financial Times, algunas de sus
contribuciones principales pueden sintetizarse en la siguiente frase de su discípulo
John Cochrane: “sólo puedes engañar a la gente una o dos veces”.
A mediados
de la década de los setenta del siglo pasado emergió con enorme fuerza la
denominada revolución de las expectativas racionales, ligada a la
escuela de la Nueva Macroeconomía Clásica, que llegaba a rechazar incluso la
curva de Phillips a corto plazo y, por ende, a propugnar una política nihilista,
sobre la base de su conocida proposición de la ineficacia de la política
económica. No hay que olvidar que a este resultado se llegaba a partir de una
serie de supuestos no irrelevantes: i) la hipótesis de equilibrio continuo de
los mercados, posibilitado por la existencia de unos precios y salarios
totalmente flexibles; ii) la hipótesis de la tasa natural de paro, que implica
que las decisiones económicas reales de los agentes se basan únicamente en
factores reales y no monetarios; iii) la hipótesis de las expectativas
racionales, cuya idea básica es que los agentes económicos forman sus
expectativas de las variables futuras haciendo el uso más eficiente de toda la
información de que disponen. Según Cochrane, dicha hipótesis “es realmente sólo
una condición de humildad. Dice que no escribas modelos en los que las predicciones
del modelo sean diferentes de las expectativas en el modelo. Si lo haces, si tu
modelo es correcto, la gente leerá el modelo y se adaptará, y el modelo no
funcionará más”.
A pesar
del patente irrealismo de algunos de los anteriores supuestos, en absoluto
puede considerarse desdeñable la aportación teórica de esta corriente y, en
particular, por el estímulo que supuso para la toma en consideración de
aspectos anteriormente ignorados. En concreto, cabe destacar la conocida
crítica de Lucas a la evaluación econométrica de la política económica, cuya
esencia estriba en que los parámetros estimados en los modelos económicos a
partir de datos históricos no permanecerán inalterados ante modificaciones en
la política económica. La crítica de Lucas fuerza a que los economistas
reconozcan que los agentes económicos son inteligentes, de manera tal que el
diseño de las políticas económicas habrá de tener en cuenta el hecho de que los
participantes en la economía cambian su comportamiento como resultado de las
políticas que son aplicadas.
El Sveriges
Riksbank Prize in Economic Sciences in Memory of Alfred Nobel 1995 le fue otorgado “por haber desarrollado y aplicado
la hipótesis de las expectativas racionales, y, en consecuencia, por haber
transformado el análisis macroeconómico y profundizado nuestra comprensión de
la política económica”.
No
obstante, como apunta Strauss, “no todas sus contribuciones superaron tan bien la
prueba del tiempo. En 2003, argüía que ‘el problema central de la prevención de
depresiones (económicas) ha[bía] sido resuelto, para todos los fines prácticos,
y ha[bía] sido de hecho resuelto durante muchas décadas’”.
Los hechos
son bastante tozudos, por lo que cabe evocar las conclusiones de la lección que
pronunció con motivo de la ceremonia de entrega del Premio Nobel (subrayado
añadido): “But who can say how the macroeconomic theory of the future will develop,
any more than anyone in 1960 could have foreseen the developments I have
described in this lecture? All one can be sure of is that progress will
result from the continued effort to formulate explicit theories that fit the
facts, and that the best and most practical macroeconomics will make use of
developments in basic economic theory”.