Pocos gobernantes occidentales han sido tan denostados como
lo fue Liz Truss (¿o “Trustless Liz”?) durante su efímero mandato (49 días)
como “primer minister” de Reino Unido. No obstante, al menos desde la
distancia, resultaba un tanto sorprendente que alguien que había concitado un
amplio respaldo inicial a su candidatura, sustentada en un programa de
actuaciones económicas conocido o intuido, se encontrara, a las primeras de
cambio, con semejante rechazo. No es menos cierto que el rechazo no se limitaba
a la esfera argumental, sino que contaba con un poderoso aliado, el veredicto
implacable de los mercados, que no ofrecían ninguna vía de escape. Una
pretendida rebaja fiscal cifrada en 45.000 millones de libras significaba una
sentencia no recurrible, al tratarse de unas medidas “debt-funded”.
También llamaba la atención la aparente renuncia a la defensa
de la frustrada propuesta, como el abandono, incluso moral, de los supuestos
beneficiarios de las medidas diseñadas. Ha habido que esperar unos meses para conocer
la posición y el estado de ánimo de la exmandataria, a través de un artículo publicado
en la portada de The Sunday Telegraph del pasado 5 de febrero. En él, afirma
que se vio empujada a abandonar su cargo debido a las presiones de un “poderoso
establishment económico” que, en su opinión, había renunciado a poner el
crecimiento en un lugar prioritario.
No obstante, según recoge el diario Financial Times, “su
argumento de que las mayores rebajas fiscales generadoras de déficit en 50 años
eran la política correcta para lograr el crecimiento de la economía de Reino Unido
fue rechazado el domingo por miembros de su propio partido y participantes en
los mercados financieros, que dijeron que su falta de atención a las finanzas públicas
asustó a los prestamistas de Reino Unido”. En cualquier caso, recuperada del
golpe, Truss, junto con algunos correligionarios, se ha dispuesto a constituir
un grupo para promover una propuesta de rebajas fiscales y de desregulación[1].
Muchas son las lecciones que extraer de la experiencia “trussiana”.
Los economistas no disponen de un laboratorio para probar sus teorías, pero la
realidad ofrece a menudo impagables “experimentos naturales”. En este caso, no
va a ser posible contrastar las tesis lafferianas, pero sí se ha podido constatar
el celo de los mercados por la preservación de la ortodoxia presupuestaria.
Además, la apelación a la influencia del “establishment económico” ha cambiado
de acera.
[1]
C. Giles, J. Cameron-Chileshe y G. Parker, “Liz Truss draws fire after blaming ‘economic
establishment’ for her downfall”, 6-2-2023.