Gracias al prodigioso
telescopio espacial James Webb pueden vislumbrarse “acantilados cósmicos”
situados a miles de años-luz de distancia, o percibirse los rastros del origen
del Universo. Sin embargo, no disponemos de ningún instrumento que nos permita
predecir con certeza lo que acontecerá en los próximos años en este minúsculo
punto del cosmos que es el planeta Tierra. No se sabe cuándo, ni dónde -ni, quizás
tampoco, por qué-, pero la humanidad, o una parte significativa de ella,
volverá a verse afectada por eventos catastróficos, de distinto origen y
naturaleza diversa.
Pese al acaecimiento de
tales eventos, que la historia acumula en un funesto inventario, y de su alta
severidad, la teoría económica adolece de una acusada carencia en cuanto a la
formulación de unas pautas de actuación para abordarlos eficazmente. A ello se añade
una patente falta de adecuación de los sectores público y privado para afrontarlos.
Esta es, en esencia, la tesis que sostiene Vito Tanzi (exdirector del
Departamento de Asuntos Fiscales del Fondo Monetario Internacional) en una obra
que recoge sus reflexiones durante la fase de aislamiento impuesto por la
pandemia de la Covid-19: “Fragile futures. The uncertain economics of
disasters, pandemics, and climate change” (2022).
Por lo que se refiere al sector
público, el nivel deseable de la tributación y el uso de los ingresos fiscales
disponibles tienden a considerarse, tanto por los especialistas como por los
gobiernos, como aquellos requeridos para tiempos normales, y no durante
períodos de crisis. De ahí se deriva el problema de que el comportamiento
esperado del sector público venga a ignorar la posibilidad de eventos futuros
inciertos o inesperados con graves consecuencias y, por tanto, también las
necesidades asociadas. La falta de preparación es extensiva al sector privado. En
los países democráticos con economías de mercado, la forma en la que se espera
que los gobiernos (ciclo electoral) y las empresas (competencia de mercado)
operen no crea incentivos para adoptar, en tiempos normales, políticas que
podrían hacer más fácil hacer frente a catástrofes cuando estas se producen.
Resulta así crucial efectuar una distinción entre
eventos sujetos a un riesgo que puede ser determinado estadísticamente, y
eventos inciertos, para los que no es posible la medición estadística de la
probabilidad de ocurrencia. Puede haber una tendencia en los seres humanos, considerada
rayana en la irracionalidad, que lleva a ignorar posibilidades de
acontecimientos marcados por la incertidumbre, con un gran impacto social y
económico, que podrían darse en el futuro.
La llegada de pandemias y el cambio climático
ponen de manifiesto, según Tanzi, la existencia de un gran fallo institucional
del mundo, a saber, la falta de un gobierno global, o de instituciones con ese
alcance efectivas, para enfrentarse a “males” colectivos globales. Dados los
muchos desastres y catástrofes que, a lo largo de los siglos, han acontecido en
todos los países, con enormes consecuencias negativas, cabría haber esperado
que la Economía hubiese dado cabida dentro de su campo a tales eventos, pero no
ha sido el caso. Según la tesis expuesta, debería, pues, desarrollarse una
“Economía de las catástrofes”.
Aunque no se requiere que las economías de
mercado sean sustituidas por un esquema de planificación central, sí necesitan
algunas correcciones para considerar los costes sociales. Los gobiernos que
sean eficientes, mantengan en orden sus cuentas y su administración pública
estarán en mejores condiciones para responder sin dilación a situaciones complicadas.
Si los eventos inciertos con impactos negativos
tienen un alcance global o internacional, la coordinación necesaria puede tener
que ser también global o internacional. Ante la inexistencia de un gobierno de
esas características, determinadas instituciones internacionales -plantea
Tanzi- podrían servir como alternativas. Ahora bien, no pueden obviarse los
conflictos de objetivos que pueden surgir en cuanto a su legitimidad, diseño y
funcionamiento.