Si la OCDE es la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos, una organización internacional cuya misión es “diseñar
mejores políticas para una vida mejor”,
no es de extrañar que la educación constituya una de sus líneas prioritarias y
más relevantes de actuación. Desde hace años viene abanderando iniciativas para
la mejora del sistema educativo y fomentando la generación de los métodos más
avanzados para impulsar la calidad, la eficacia y la innovación en este campo estratégico.
En un informe de hace varios años afirmaba que, ante el
proceso de digitalización de la sociedad, donde la inteligencia artificial o la
robótica previsiblemente llevarán a una automatización en una parte sustancial
de la economía, las habilidades que son menos fáciles de automatizar, como la
creatividad y el pensamiento crítico, resultan más valoradas.
Según un estudio realizado entre graduados universitarios de
una amplia muestra de países, los atributos que más diferencian a los
“innovadores” de los “no innovadores” son la creatividad (capacidad de generar
nuevas ideas y soluciones) y el pensamiento crítico (disposición a cuestionar
ideas). Aparte del argumento económico, ambos contribuyen al bienestar de las
personas y a unas sociedades más democráticas.
Recientemente, la OCDE ha lanzado un proyecto para la
evaluación del pensamiento creativo en el marco del PISA, programa centrado en
los estudiantes de 15 años (“Thinking outside the box. The PISA 2022 creative
thinking assessment”, 2022). En opinión de Andreas Schleicher, responsable del
área educativa de la OCDE, “en un mundo en el que las clases de cosas que son
fáciles de enseñar y examinar han sido fáciles de digitalizar y automatizar, la
capacidad de los individuos para imaginar, crear, y construir cosas de valor
intrínseco positivo está siendo cada vez importante”. Asimismo, considera que
“demasiado de lo que ocurre en las aulas de hoy está orientado hacia tener
estudiantes que reproduzcan lo que han aprendido, en vez de extrapolar a partir
de ello y aplicar su conocimiento creativamente a situaciones nuevas”.
A pesar de las arraigadas creencias en sentido contrario, la
OCDE sostiene que cualquier persona tiene potencial para pensar creativamente.
El pensamiento creativo es algo más que sugerir ideas inesperadas: se trata de
una competencia tangible asentada en el conocimiento y en la práctica que apoya
a los individuos (y grupos) para alcanzar mejores resultados, especialmente en
entornos restringidos o desafiantes. Son varias las razones que avalan que los
jóvenes desarrollen un pensamiento creativo en la escuela: i) ayuda a
prepararlos para adaptarse a un mundo rápidamente cambiante que demanda
trabajadores flexibles; ii) asiste a los estudiantes para descubrir y
desarrollar su potencial; iii) refuerza el aprendizaje ayudándolos a
interpretar experiencias e información en formas novedosas y personalmente
significativas; iv) es importante en una gama de materias, desde las lenguas y
el arte a las disciplinas (más) científicas (ciencia, tecnología, ingeniería y
matemáticas).
Se entiende por creatividad “la interacción entre aptitud,
proceso y entorno, por la cual un individuo o grupo obtiene un producto
perceptible que es tanto novedoso como útil dentro de un contexto social”.
Cabe, no obstante, establecer una distinción entre la creatividad “con c
grande” y la creatividad “con c pequeña”. La primera se refiere a rupturas
intelectuales o tecnológicas, o a obras maestras artísticas o literarias”; la
segunda, a acciones a escala menor, en el entorno cotidiano o laboral.
Aun cuando hasta hace no mucho se consideraba que la
capacidad de pensamiento creativo de una persona era trasvasable de un campo
temático a otro, hoy día se considera, por el contrario, que no se da
fácilmente una transferibilidad entre distintos dominios.
Como apunta la OCDE, las escuelas pueden proporcionar el
conocimiento, las habilidades y las actitudes que los estudiantes necesitan con
vistas a forjar un pensamiento creativo. Las evaluaciones del PISA comenzarán a
poner a prueba esa importante faceta entre los adolescentes, pero el
pensamiento crítico y el pensamiento creativo deben ser componentes
imprescindibles de toda acción formativa, de cualquier especialidad, y sea cual
sea la edad del estudiante. Ante una necesidad fehaciente de tener una
formación a lo largo de toda la vida, no hay nada que impida tratar de ser un
pensador crítico y un pensador creativo también de por vida.
(Artículo publicado en el diario “Sur)