Cuando se produjo la invasión de
Ucrania por parte del ejército ruso, existía una creencia generalizada en el sentido
de que se trataría de una “guerra relámpago”, que incluso podría llegar a
superar en brevedad a la Guerra de los Seis Días. Esa expectativa, como
cualquier otra, condicionó los posicionamientos y las actuaciones inmediatas.
Ante un desequilibrio militar tan grande, el envío de armas al país invadido
podría servir solo -según una opinión extendida- para agravar la situación,
prolongando inútilmente una situación para la que no había salida.
Sin embargo, como recuerda M.
Sandbu, las expectativas acerca de lo que va a ocurrir juegan un profundo papel
en lo que acaba ocurriendo. De esta suerte, la sorprendente resistencia
ucraniana, al confundir las expectativas sobre una inminente derrota, cambió
los vientos políticos en los países occidentales, y la contraofensiva reciente
ha vuelto a cambiarlos[1].
Los políticos, según Sandbu,
saben cómo manejar las expectativas, y son conscientes de la trascendencia de
las batallas en el terreno de la comunicación. También conocen su importancia los
economistas, aunque, en opinión del columnista del Financial Times, de manera
menos refinada. El papel de las expectativas es crucial dentro de la teoría de
juegos, e incluso se ha desarrollado el concepto de las profecías autocumplidas.
Sandbu analiza la similitud
existente entre la guerra y la economía: “Puesto que las expectativas importan,
ambas son profundamente impredecibles. Y ninguna es plenamente determinada por factores
‘fuertes’, sino que se ven influenciadas por la psicología de las masas”. Ésta actúa
como una fuerza fundamental respecto al curso de los acontecimientos económicos
y políticos.