Especialmente desde el
desencadenamiento de la gran crisis económica y financiera internacional, en la
segunda mitad de la primera década del presente siglo, vienen oyéndose cada vez
más voces que reclaman la reconversión de la ciencia económica, de manera que
incorpore ciertas perspectivas comúnmente ignoradas en el análisis económico convencional.
Partículas énfasis se pone en el componente ético y moral, a cuya ausencia se
imputa en gran medida la combustión de una crisis cuyo origen no acababa de comprenderse.
¿Qué opinaría de ese tipo de prescripciones alguien tan significado como Adam
Smith, cuya imagen se asocia al egoísmo imperante en una economía capitalista
de mercado?
La faceta del padre de la
Economía moderna como filósofo y moralista es menos conocida, eclipsada históricamente
por la fuerza arrebatadora que emana de la colosal “Riqueza de las naciones”.
Sin embargo, más de un cuarto de siglo antes de la aparición de esta obra
cumbre Smith publicó “La teoría de los sentimientos morales”, cuya lectura nos
descubre aspectos inusitados de quien avanzó la explicación de lo que, mucho después,
se formalizaría como primer teorema fundamental de la Economía del bienestar.
“Por más egoísta que se pueda
suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios
que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de
éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de
contemplarla. Tal es el caso de la lástima o la compasión, la emoción que
sentimos ante la desgracia ajena cuando la vemos o nos la hacen concebir de
forma muy vívida”. De esta forma arranca “La teoría de los sentimientos morales”,
contribución de primer orden, de consulta ineludible ante cualquier proceso de
reconstrucción de la Economía.