Prácticamente ignorada durante años, la inflación ha retornado de forma inusitada, cobrando un brío insólito más propio de épocas pretéritas que se daban por superadas. Tras una fase de no querer ver las orejas del lobo, lo que hasta hace poco era una tendencia bastante extendida, las muestras de pánico ante un panorama con riesgo de descontrolarse han empezado a hacer acto de presencia.
Algunos autorizados testimonios en el
reciente encuentro de Jackson Hole son bastantes significativos respecto a la necesidad
de enderezar el rumbo aun a costa de incurrir en inevitables, y no despreciables,
costes de ajuste. “Reducir la inflación es probable que requiera un período
sostenido de crecimiento por debajo de la tendencia. Además, habrá muy
probablemente algún relajamiento de las condiciones del mercado de trabajo.
Aunque unos tipos de interés más altos, un menor crecimiento, y unas
condiciones del mercado de trabajo más laxas empujarán la inflación a la baja,
acarrearán algún sufrimiento a familias y empresas. Estos son los
desafortunados costes de reducir la inflación. Pero un fallo en restaurar la
estabilidad de precios significaría un mal mucho mayor”, ha manifestado Jerome H.
Powell, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos[1].
¿Ha sido la inflación un mal
endémico a lo largo de la historia? Se trata de una cuestión de gran interés, que
ha sido estudiada de manera especial para el caso del Reino Unido, país para el
que existe una serie de datos histórica extraordinariamente amplia. A este
respecto, Ricardo Reis ha realizado un análisis que cubre un período nada menos
que de ¡800 años!: de 1217 a 2016.
Este investigador de la London
School of Economics (LSE) ha dividido ese dilatado período en subperíodos de 20
años, a efectos de computar la cifra media y la desviación estándar de la
inflación. Los datos aparecen reflejados en el gráfico adjunto. En el eje horizontal
se recogen los valores absolutos de la inflación media en cada intervalo menos
un 2%. En el vertical, la dispersión de la inflación dentro de cada subperíodo[2].
El cuadro resultante es llamativo
en sí mismo. Como destaca Reis, “algunos de ellos [experimentos de política
monetaria] lograron estar cerca del pasado reciente en términos de alcanzar una
tasa de inflación media cercana al 2%, pero tuvieron una volatilidad mucho más
elevada. Unos pocos tuvieron una baja volatilidad, pero a costa de una
persistente deflación. Ninguno funcionó tan bien en proporcionar una inflación baja
y estable como el régimen de los últimos veinte años. Nunca una política
monetaria había sido tan exitosa en controlar la inflación como la aplicada en
las dos décadas anteriores a la pandemia”.