28 de agosto de 2022

Incertidumbre y duración del tiempo

 

Puede que el tiempo admita ser medido de forma objetiva y exacta, pero cada uno de nosotros está dotado de un cronómetro personal que, además, no respeta siempre la misma cadencia. Esta se va alterando con el paso de los años, y se ajusta al alza o a la baja a tenor de las circunstancias -de gozo, sufrimiento o indiferencia- vividas en cada momento. Hay también un factor exógeno que ejerce en la práctica una gran influencia sobre la percepción del transcurso del tiempo y sobre el estado de ánimo para afrontarlo.

Quien se haya visto atrapado en un colapso de tráfico multikilométrico, desamparado en una estación de ferrocarril o en un aeropuerto sin conocimiento del alcance del retraso en la salida programada, o en otra situación equivalente, conoce perfectamente la influencia ejercida por la incertidumbre. Ante una situación de bloqueo, el conocimiento de la duración efectiva de la inmovilidad forzada llega a adquirir más importancia que la propia duración de esta.

Es lo que, en resumidas cuentas, viene a contar Tim Harford en su última columna semanal del Financial Times, a raíz de una experiencia personal reciente[1]. Incluso aunque las condiciones de un medio de transporte no sean las idóneas, “el problema, en esencia, no [es] el viaje; [es] el hecho de guardar cola y esperar y, más que nada, la ansiedad de no saber”. A este respecto, cita un estudio según el cual, subjetivamente, un minuto de espera equivale a tres de viaje: “el tiempo vuela cuando uno está viajando, pero se frena cuando se está esperando”. De todas formas, el vuelo puede ser cierto en términos comparativos, pero deja de serlo para convertirse, en algunos casos, en una experiencia penosa, como cuando hay que afrontar un largo trayecto en condiciones precarias.






[1] Vid. “It’s the uncertainty, not the delay, that gets you in the end”, 26-8-2022.

 

 

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