Aunque
el cuánto constituye el foco habitual en relación con el gasto público,
tienen también una gran importancia otras perspectivas, concretamente la de en
qué, la de cómo, y la de para qué. Así, son cada vez más los
estudios que se centran en estas otras vertientes. La incidencia del gasto
público en el crecimiento económico, la eficiencia en el uso de los recursos, y
la efectividad de las actuaciones desarrolladas son algunas de las cuestiones
que reclaman la atención. Sin embargo, su trascendencia rivaliza con las
extraordinarias dificultades metodológicas para obtener resultados sólidos, objetivos
y comparables internacionalmente.
Tales
dificultades quedan patentes, ya de entrada, cuando constatamos la falta de
consenso de los analistas a la hora de tipificar las diferentes categorías de
gasto público según su impacto en el proceso de crecimiento económico. A ello se
añade la considerable simplificación que se utiliza en la práctica a efectos
clasificatorios. Con tales reservas, para el conjunto de la Unión Europea en el
año 2016, el gasto público considerado “amigable para el crecimiento” representaba
en torno a una tercera parte del total[1].
Esta
es la tipificación del gasto utilizada: Categorías más proclives al crecimiento:
educación, I+D, sanidad, transporte y comunicaciones; categorías menos
proclives: servicios públicos generales (excluyendo los pagos relacionados con
las transacciones de la deuda), orden público y seguridad, defensa, asuntos
económicos, protección medioambiental, vivienda y servicios comunitarios, ocio,
cultura y religión, y gastos de intereses de la deuda.
[1]
Vid. A. Cepparulo y G. Mourre, “How and how much? The growth-friendliness of
public spending through the lens”, European Economy Discussion Paper 132,
European Commission, octubre 2020, pág. 11.