30 de agosto de 2022

En la era de los años sabáticos

Cuando yo era niño, en una sociedad que había vivido o heredado el miedo a la penuria y a la escasez, el ideal que se proyectaba era el de la búsqueda de un trabajo para toda la vida. Desarrollar toda la trayectoria laboral en el seno de la misma empresa no era nada infrecuente. Con el paso del tiempo, al amparo de las mutaciones tecnológicas, fueron cambiando los paradigmas. Poco a poco, fue extendiéndose la noción de que había que desterrar los matrimonios de ciclo vital con las empresas y de que, en su lugar, los componentes de la población activa debían estar mentalizados, y prepararse adecuadamente, para ir saltando de una ocupación a otra, y de una organización a otra. La adaptabilidad se convertía en una exigencia de las nuevas dinámicas económicas.

A pesar de ello, difícilmente a algún integrante de aquellas antiguas cohortes de trabajadores se les podía pasar por la mente ni siquiera la imagen de disfrutar de un año sabático en los años centrales de su andadura profesional. Igualmente, a aquellas veteranas generaciones les parecía lo más normal participar en procesos de selección en los que las empresas buscaban aquellos perfiles más aptos para sus necesidades específicas.

El panorama ha cambiado de manera radical. Hoy tiende a convertirse en algo normal que jóvenes profesionales, antes de alcanzar la edad de 40 años, planeen, o incluso hayan realizado ya, un alto en su camino para disfrutar de un prolongado período vacacional. De igual forma se han alterado los esquemas de relación entre profesionales y empresas. Ya no son éstas las que eligen a los primeros, sino éstos los que seleccionan a las empresas, entre otros factores, por sus paquetes de beneficios sociales, estilos organizativos o culturas corporativas imperantes. No obstante, ese poder de mercado no está generalizado dentro de la clase trabajadora, sino que queda reservado para algunas categorías diferenciadas que gozan de una elevada demanda.

Algunos de los profesionales que se decantan por abrir esos paréntesis lo hacen, no por mero divertimiento, sino con el propósito de buscar respuestas a cuestionas profundas relacionadas con sus carreras. Como resultado de todo ello, son cada vez más las compañías que ofrecen períodos sabáticos como beneficio laboral.

De esto se hace eco Claer Barrett, quien recomienda llevar a cabo algún tipo de análisis coste-beneficio antes de embarcarse -quien pueda permitírselo- en un año sabático[1]. No obstante, realiza algunas reflexiones al respecto: “La creciente esperanza de vida y los menguantes ahorros para el retiro implican que todos hemos de afrontar la realidad de tener que trabajar durante más tiempo. El reciclaje o la inversión en adquirir nuevas habilidades podría garantizar el potencial de ingresos. En lugar de pensar si podemos permitirnos tomar algún tiempo para meditar sobre estas cosas, debemos preguntarnos si podemos no permitírnoslo”.

Así expuesta, la reflexión última parece muy pertinente, pero no por ello debe dejarse de delimitar claramente algunas preguntas superpuestas: ¿Qué debe considerarse lo primordial, meditar sobre el futuro profesional, o adoptar acciones para adaptarse efectivamente al entorno? ¿Hay garantía de que ambos procesos van encadenados? ¿Hay que contentarse con el logro de un “efecto Camino de Santiago” puro, sin un programa futuro de actuación concreta?... Y, lo que no deja de ser lo más significativo: ¿Quién puede realmente tomar un año sabático? ¿Puede convertirse en un nuevo elemento de segmentación y discriminación dentro del mercado laboral?





[1] “Time to invest in taking a sabbatical?”, Financial Times, 2-8-2022.

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