7 de julio de 2022

¿Estanflación a la vista?

Una gran parte de los años 70 y 80 del siglo pasado estuvo marcada por el fenómeno de la estanflación. Era entonces éste un neologismo que evocaba nefastas consecuencias económicas, derivadas de una combinación atípica: estancamiento económico y, a pesar de ello, un proceso inflacionario sostenido. Una pregunta planea en la actualidad de manera ineludible: ¿estamos asistiendo a los inicios de un nuevo período de estanflación?

Las inquietudes son lógicas cuando observamos que se dan bastantes coincidencias entre lo que ocurría hace más de 40 años y lo que ocurre ahora: surgimiento de una inflación general inesperadamente elevada, existencia de conflictos bélicos, explosión de los precios de la energía, disminución de los salarios reales, ralentización del crecimiento económico, endurecimiento de la política monetaria, y aparición de turbulencias en los mercados bursátiles.

No obstante, los analistas subrayan también algunas diferencias significativas entre ambos períodos. De entrada, se señala que el alza del precio del petróleo fue mucho más acusada en 1973 y 1979 que en la actualidad, si bien no puede obviarse el gran incremento reciente del precio del gas. Por otro lado, la inflación global es algo menos intensa, en particular la subyacente (en la que se excluyen los precios de los productos energéticos y de los alimentos no elaborados). A su vez, el marco de la política monetaria es más creíble, y está más orientado hacia la estabilidad de precios.

Hay diferencias que pueden verse como alentadoras, pero no todas lo son. La fragilidad de la economía mundial, el retorno de prácticas proteccionistas o los excesivos niveles de deuda pública acumulados actúan como amenazas más o menos larvadas.

Después de una larga etapa de relajación y expansión monetaria impulsada por los bancos centrales, a tenor de las tensiones inflacionistas, aquellos se han visto obligados a variar el rumbo de sus políticas. El objetivo básico es poder retomar el control de los precios sin abocar a la economía a una recesión, ni desatar el pánico en los mercados de deuda de los países más vulnerables. No es nada fácil encontrar el equilibrio adecuado, ni la gradualidad necesaria que impida el desencadenamiento de espirales difíciles de frenar de manera no traumática.

Un peligro acuciante es que un crecimiento desbordado de los precios se instale en las expectativas de los agentes económicos. Los responsables de los bancos centrales consideran que las expectativas de las variaciones de precios en un horizonte a medio plazo siguen ancladas en tasas moderadas del orden del 2 o del 3 por cien, pero es algo que será difícil sostener, de persistir la dinámica actual.

En un informe reciente, el Banco Mundial señalaba que una de las razones de que, en los años 70, se intensificase el proceso inflacionario fue la incapacidad de reconocer a tiempo la desaceleración de la tasa de crecimiento del PIB potencial. Y ahora nos encontramos con la que Chris Giles ha calificado como “la verdad brutal [de que] Europa necesita gastar menos en otras cosas, porque, como importadores netos de energía, el aumento en el coste del petróleo y del gas nos ha hecho a todos más pobres. Si esto no se reconoce, la demanda continuará excediendo de la oferta y convertirá un aumento temporal, predominantemente en los precios de la energía, en una inflación general más problemática y duradera”.

La experiencia de los años 70 nos ilustra acerca de las posibles vías y de sus consecuencias. Aquellos países que combatieron las presiones inflacionistas con políticas de contención afrontaron un deterioro económico corto y poco profundo; aquellos otros que adoptaron una senda más acomodaticia acabaron con unas tasas de inflación persistentemente altas que requirieron de unas recesiones mucho mayores para poder erradicarlas.

El panorama no es halagüeño. Existen riesgos apreciables, pero éstos pueden ser mayores si no se adoptan medidas antiinflacionistas, en su justo término, y si no se lleva a cabo un pacto de rentas que evite que se desate una espiral inflacionista imparable.

El Banco Internacional de Pagos de Basilea recuerda que podemos estar alcanzando un punto de no retorno, más allá del cual la psicología inflacionaria se extiende y arraiga. Para vencer la inflación es inevitable asumir algunos inconvenientes, pero serían bastante menores que los ligados a una inflación estructural.

(Artículo publicado en el diario “Sur”) 


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