Una gran parte de los años 70 y 80
del siglo pasado estuvo marcada por el fenómeno de la estanflación. Era entonces
éste un neologismo que evocaba nefastas consecuencias económicas, derivadas de
una combinación atípica: estancamiento económico y, a pesar de ello, un proceso
inflacionario sostenido. Una pregunta planea en la actualidad de manera
ineludible: ¿estamos asistiendo a los inicios de un nuevo período de estanflación?
Las inquietudes son lógicas cuando
observamos que se dan bastantes coincidencias entre lo que ocurría hace más de
40 años y lo que ocurre ahora: surgimiento de una inflación general
inesperadamente elevada, existencia de conflictos bélicos, explosión de los
precios de la energía, disminución de los salarios reales, ralentización del
crecimiento económico, endurecimiento de la política monetaria, y aparición de
turbulencias en los mercados bursátiles.
No obstante, los analistas subrayan
también algunas diferencias significativas entre ambos períodos. De entrada, se
señala que el alza del precio del petróleo fue mucho más acusada en 1973 y 1979
que en la actualidad, si bien no puede obviarse el gran incremento reciente del
precio del gas. Por otro lado, la inflación global es algo menos intensa, en
particular la subyacente (en la que se excluyen los precios de los productos
energéticos y de los alimentos no elaborados). A su vez, el marco de la
política monetaria es más creíble, y está más orientado hacia la estabilidad de
precios.
Hay diferencias que pueden verse como
alentadoras, pero no todas lo son. La fragilidad de la economía mundial, el
retorno de prácticas proteccionistas o los excesivos niveles de deuda pública
acumulados actúan como amenazas más o menos larvadas.
Después de una larga etapa de
relajación y expansión monetaria impulsada por los bancos centrales, a tenor de
las tensiones inflacionistas, aquellos se han visto obligados a variar el rumbo
de sus políticas. El objetivo básico es poder retomar el control de los precios
sin abocar a la economía a una recesión, ni desatar el pánico en los mercados
de deuda de los países más vulnerables. No es nada fácil encontrar el
equilibrio adecuado, ni la gradualidad necesaria que impida el
desencadenamiento de espirales difíciles de frenar de manera no traumática.
Un peligro acuciante es que un
crecimiento desbordado de los precios se instale en las expectativas de los
agentes económicos. Los responsables de los bancos centrales consideran que las
expectativas de las variaciones de precios en un horizonte a medio plazo siguen
ancladas en tasas moderadas del orden del 2 o del 3 por cien, pero es algo que
será difícil sostener, de persistir la dinámica actual.
En un informe reciente, el Banco
Mundial señalaba que una de las razones de que, en los años 70, se
intensificase el proceso inflacionario fue la incapacidad de reconocer a tiempo
la desaceleración de la tasa de crecimiento del PIB potencial. Y ahora nos
encontramos con la que Chris Giles ha calificado como “la verdad brutal [de
que] Europa necesita gastar menos en otras cosas, porque, como importadores
netos de energía, el aumento en el coste del petróleo y del gas nos ha hecho a
todos más pobres. Si esto no se reconoce, la demanda continuará excediendo de
la oferta y convertirá un aumento temporal, predominantemente en los precios de
la energía, en una inflación general más problemática y duradera”.
La experiencia de los años 70 nos
ilustra acerca de las posibles vías y de sus consecuencias. Aquellos países que
combatieron las presiones inflacionistas con políticas de contención afrontaron
un deterioro económico corto y poco profundo; aquellos otros que adoptaron una
senda más acomodaticia acabaron con unas tasas de inflación persistentemente
altas que requirieron de unas recesiones mucho mayores para poder erradicarlas.
El panorama no es halagüeño. Existen
riesgos apreciables, pero éstos pueden ser mayores si no se adoptan medidas
antiinflacionistas, en su justo término, y si no se lleva a cabo un pacto de
rentas que evite que se desate una espiral inflacionista imparable.
El Banco Internacional de Pagos de
Basilea recuerda que podemos estar alcanzando un punto de no retorno, más allá
del cual la psicología inflacionaria se extiende y arraiga. Para vencer la
inflación es inevitable asumir algunos inconvenientes, pero serían bastante
menores que los ligados a una inflación estructural.
(Artículo publicado en el diario “Sur”)