Aunque
aún no había hecho estragos el cambio climático, algunos veranos de los años
sesenta eran bastante calurosos. Sólo con evocar el título de una popular
película de la época, “40 grados a la sombra”, vienen a la mente los recuerdos
de aquellos veranos interminables cuyos rigores había que afrontar de formas bastantes
distintas a las de ahora.
En
una de las escenas de aquella película, en la que es fácil apreciar distintas
fuentes de calor, un jovencísimo Alfredo Landa, incipiente treintañero, llegaba
a proclamar que “una mujer es más difícil de entender que el IRPF”. De ciertas connotaciones
einstenianas -que no se diga del nivel del irrepetible gran actor-, la frase es
realmente memorable, teniendo en cuenta el conocido escaso desarrollo del
principal impuesto directo en la España de entonces, aunque no pueda obviarse
el grado de avance del entorno general. Corría el año 1967.
A
principios del año siguiente, el Boletín Oficial del Estado publicaba el Texto
Refundido del Impuesto General sobre la Renta de las Personas Físicas. Baste
señalar el número del páginas- tan solo 7- y el de artículos -únicamente 48-
para calibrar la magnitud de la disposición, que haría las delicias de los
partidarios de la simplicidad y de los defensores del principio de economicidad.
¿Qué
diría hoy el añorado actor ante un texto como el de la Ley del actual IRPF
español, después de recorrer las más 150 páginas en las que se despliega, tan
solo para abrir boca, la regulación del tributo en el supremo Boletín?