La historia del
IVA, aunque con efectos retardados, es una historia de éxito. Desde las
primeras propuestas para su implantación a comienzos del siglo veinte, tuvo que
transcurrir bastante tiempo para que se adoptara, primero en Francia y, años
más tarde, en la Comunidad Económica Europea. Hoy día, está implantado en más
de 160 países, y en muchos de ellos, si no logra llegar a amenazarla, sí trata
de emular la hegemonía del IRPF. Dentro de ese panorama, Estados Unidos se
mantiene como territorio inexpugnable, como una especie de Asturias impositiva
que se resiste a darle cabida dentro de su sistema tributario. Pese al potente
arsenal teórico que han desplegado los hacendistas, y a esa universalización
del impuesto, las sucesivas propuestas se han estrellado contra un muro
infranqueable.
Aun así, sus
partidarios no se dan por vencidos y, en sucesivos intentos, prueban distintas
estrategias. Algunos recurren a propuestas reforzadas que incorporan
complementos a fin de contrarrestar algunas de las debilidades que sus
detractores imputan al IVA. Es el caso de la propuesta lanzada no hace mucho en
el ámbito de The Brookings Institution y, más concretamente, de The
Hamilton Project[1].
La propuesta en
cuestión es defendida a partir de cinco consideraciones:
La implantación del IVA estaría
acompañada de otras medidas fiscales de carácter progresivo (refuerzo de la
progresividad en el IRPF, creación de un impuesto sobre el patrimonio,
tributación de las ganancias de capital…).
Se aplicarían medidas para
aliviar la carga fiscal de las familias de renta baja y media, a través de
transferencias de renta. En particular, se plantea la puesta en marcha de una
renta básica universal basada en el tamaño y la composición de la familia.
A fin de evitar el efecto
depresivo de la economía a corto plazo, los ingresos recaudados en los primeros
años serían dedicados a programas para estimular la economía.
Mediante una legislación
habilitante, el Congreso instaría a la Reserva Federal a acomodar la
introducción del IVA permitiendo que el nivel nominal de precios creciera para
reflejar el montante completo del impuesto.
Aunque no necesariamente, los
Estados podrían reconvertir sus impuestos sobre ventas minoristas tomando como
referencia la base imponible del IVA federal.
A continuación,
en el texto de referencia, se repasan las principales razones por las que el
IVA es un impuesto tan extendido:
Por ser una potente fuente de
obtención de ingresos fiscales.
Por ser compatible con una
economía eficiente y próspera. Dado que el consumo futuro se financia con cargo
a la riqueza existente, los salarios futuros o los futuros rendimientos en
exceso de las inversiones, puede considerarse que un impuesto sobre el consumo
impone un impuesto de suma fija por una sola vez sobre una medida amplia de la
riqueza existente en el momento de la implementación.
Al no distorsionar el ahorro,
la inversión y las decisiones financieras, es más proclive al crecimiento económico
que los impuestos sobre la renta o sobre la riqueza.
Tiene una mayor facilidad de
administración y de control de cumplimiento que los impuestos sobre ventas
minoristas.
Permite la neutralidad en el
ámbito del comercio internacional.
Hace años, Larry
Summers explicaba por qué Estados Unidos no había adoptado aún un IVA: “Los
liberales [en acepción estadounidense] piensan que es regresivo y los
conservadores, que es una máquina de dinero”. Y venía a decir que, si invirtieran
sus posiciones, la adopción estadounidense del IVA podría hacerse realidad[2].
Si esa era la
llave para la implantación del IVA en Estados Unidos, cabría concluir que no se
ha producido ese intercambio de percepciones. La propuesta de Gale viene a contrarrestar
la percepción de los “liberales”, eso sí, con ayuda externa al IVA, pero al
propio tiempo tiende a reforzar la de los “conservadores”.
[1]
Vid. W. Gale, “A progressive consumption tax: pairing a VAT with a UBI”, Tax
Policy Center, octubre 2020.
[2] Vid. J.
M. Rosen, “Tax Watch: the likely forms of new taxes”, The New York Times,
19-12-88.