Puede que muchos
ciudadanos no tengan conciencia, pero el concepto de déficit público estructural
dio un salto cualitativo muy importante en el año 2011, a raíz de la reforma
exprés de la Constitución española llevada a cabo en dicho año. Desde entonces,
viene protagonizando la “regla de oro” de las finanzas públicas en el ámbito de
la Unión Monetaria Europea.
Aunque sujeta a
dificultades y controversias de orden metodológico, se trata de una herramienta
conceptual de gran utilidad para examinar la situación y la sostenibilidad de
las finanzas públicas. Una forma sencilla de aproximarnos a dicha noción (genéricamente,
a la de saldo presupuestario estructural) puede ser a través de la pregunta
planteada en el gráfico adjunto. Ante tres situaciones hipotéticas en distintos
momentos, ¿dónde cabe entender que es más preocupante un déficit público
equivalente, por ejemplo, a un 5% del PIB: en A, B o C?
Las tres situaciones
difieren en cuanto a la fase del ciclo económico a la que corresponde cada una:
en A, se da una coyuntura económica negativa, la producción está por debajo de
la producción potencial del país (output gap negativo); en B ocurre todo
lo contrario, e incluso la economía crece por encima de su potencial (output
gap positivo); en C puede decirse que el impacto de la coyuntura económica es
nulo, toda vez que la producción efectiva se corresponde con la potencial (output
gap nulo).
Evidentemente, el
signo de la coyuntura económica influye claramente en la situación de las finanzas
públicas: en situaciones como la A, habrá un impacto adverso, ya que se dispararán
los programas de gasto de carácter prestacional y caerá la recaudación
impositiva como consecuencia de la menor actividad; situaciones como B serían
las más favorables para las cuentas públicas, debido a que las prestaciones públicas
por desempleo y otras estarán en mínimos, y la recaudación impositiva será muy
elevada; por último, en situaciones como la C, las cuentas públicas no se verían
afectadas, ni positiva ni negativamente, por la coyuntura. De este modo, el
saldo presupuestario del sector público nos estaría mostrando su verdadera
cara, sin la influencia de efectos coyunturales. Debido a esto, el concepto de
saldo presupuestario estructural consiste en el saldo que se daría en una
situación como la C, con un output gap nulo.
De las tres situaciones
consideradas, un déficit de la misma cuantía sería más preocupante en un caso
como el B: ante el mejor panorama posible para las finanzas públicas, se generaría
un déficit. En una situación como la A, el mismo déficit sería menos preocupante,
puesto que, sin necesidad de adoptar ninguna medida, de manera automática,
cuando mejore la coyuntura económica lo harán también las finanzas públicas.
La cuantía del déficit
presupuestario estructural nos indica que ese importe no se va a reducir de
manera automática. Para corregirlo será necesario adoptar medidas para disminuir
los gastos y/o aumentar los ingresos públicos.
En su último
informe sobre la economía española, el Fondo Monetario Internacional estima un
déficit público estructural del orden del 4% del PIB. Esa cifra nos coloca ante
el espejo, que nos devuelve un mensaje no del todo halagüeño: el agujero estructural
de las cuentas pública roza los 50.000 millones de euro anuales en el marco de
los programas de gastos e ingresos públicos vigentes.