En un ensayo “Sobre la lectura”[1],
Chesterton nos dice, sin ningún tipo de ambages, cuál es la utilidad de la
literatura, o, más exactamente, la de los grandes maestros de la literatura.
Sin perjuicio de que alguien pueda cuestionar una aproximación de corte
utilitarista a este campo artístico, no encontramos en su aserto atributos
intrínsecos sino, más bien, una suerte de funcionalidad. “La utilidad más
elevada de los grandes maestros de la literatura no es de orden literario… El
primer uso de la buena literatura es evitar que el hombre se limite a ser
moderno”, asevera el escritor británico. Para él, “la literatura, la
clásica y perdurable literatura, realiza su mejor cometido cuando nos fuerza a
perpetuidad a contrastar otras ideas más antiguas con aquellas que hasta ahora
podemos sentir la tentación de abrazar”.
Y
no duda en lanzar todo un órdago intelectual: “Todas las nuevas ideas se
encuentran en los viejos libros: sólo allí las hallará uno equilibradas,
ubicadas en el lugar adecuado, y en ocasiones también refutadas y superadas por
otras ideas mejores”. Pero dónde estará el bibliotecario que nos pueda ir proporcionando
los textos necesarios, en el orden oportuno…
“El
Príncipe de las paradojas” también nos dice que “Sin duda, un libro es un
objeto sagrado. En un libro, las mayores joyas quedan de verdad encerradas en
el menor ataúd. Pero eso no altera el hecho de que la superstición comienza
cuando el ataúd se valora más que las mismas joyas. Éste es el gran pecado de
la idolatría, contra la cual la religión nos viene advirtiendo desde siempre”[2].
Inquietante y ocurrente advertencia, sea lo que sea lo que quisiera decir con
este alegato.
[1] Gilbert
K. Chesterton, “La utilidad de leer. Ensayos escogidos”, Trama Editorial, 2021.
[2] G. K.
Chesterton, “La locura y los libros”, Ibíd.