El dominio ejercido por Roma sobre la península
hispánica, entre un dilatado repertorio de contundentes conquistas bélicas,
sirvió, en tiempos bíblicos, como un convincente argumento para disuadir a
algunos pueblos de plantar cara a las poderosas fuerzas imperiales. La vía de
las alianzas, sustentadas en pactos de no agresión y de asistencia mutua en
caso de conflicto, podía resultar más pragmática.
Así se recoge en el Primer Libro de los Macabeos: “La
fama de los romanos llegó a oídos de Judas: que eran poderosos, que se
mostraban benévolos con todos sus aliados, que establecían amistad con cuantos
acudían a ellos. Le contaron sus guerras y las proezas que habían realizado
entre los galos… todo cuanto habían hecho en la región de España para
apoderarse de sus minas de plata y oro, cómo se habían hecho dueños de todo el
país gracias a su astucia y perseverancia, a pesar de ser un país lejano.
Habían derrotado a los reyes que los habían atacado desde los confines de la
tierra, aplastándolos definitivamente; los demás les pagaban tributo cada año”.
En el texto, además de ponderar el eficaz ejercicio
del poder, se valora favorablemente la creación de la institución senatorial, “donde
cada día trescientos veinte consejeros deliberan constantemente en favor del
pueblo para mantenerlo en buen orden”.
La lectura de la Biblia invita a abrir, entre otras
muchas, distintas perspectivas de análisis sobre la teoría de juegos y sobre
las finanzas de los imperios. También aviva recuerdos e induce algunas
reflexiones de corte sociológico y psicológico. ¿Por qué, entre los niños de mi
generación, estaba tan prestigiada la figura del centurión romano, y por qué
tantos querían emularlo, al menos en apariencia y atuendo?
Movido por un impulso, voy a la búsqueda de un viejo
ejemplar de la Enciclopedia Álvarez. Por fin, encuentro, sumida en una
lamentable situación de deterioro, la de “Segundo Grado”. “Intuitiva, sintética,
práctica”, se autocalifica esta edición del año 1965. En una de las páginas
supervivientes puede aún leerse que “Con la dominación romana, España pasó a
ser una más entre las provincias sometidas a su imperio, y ello tuvo para
nuestra Patria las siguientes consecuencias: 1ª.-Unidad de mando… 2ª.-Unidade
lengua… 3ª.-Unidad de leyes… 4ª.-Progreso material en todos los órdenes…”.
Una
“enseñanza moral” sirve de colofón a esa síntesis: “Los españoles sufrieron
mucho durante la dominación romana, pero también aprendieron mucho.
Acostumbrémonos a recibir con gusto los sufrimientos y penalidades de la vida,
si ello ha de redundar en nuestra perfección”.