No
es infrecuente que una misma pieza literaria, ya sea mayor o menor, como la de
un simple artículo divulgativo de opinión de una o dos páginas, sea objeto de
valoraciones completamente dispares según quién sea el lector. Lo he vivido en
numerosas ocasiones cuando he comprobado que mi juicio sobre un artículo era
muy diferente del expresado por otras personas.
También, en relación con aportaciones propias. Respecto a un mismo texto, he comprobado cómo mi autovaloración no coincidía con otras valoraciones ajenas. Las diferencias también las he constatado dentro de estas últimas. Así, mientras que algunas personas consideraban que tal o cual artículo estaba escrito con estilo directo y claro, y era didáctico, otras, en cambio, aseguraban que la prosa era compleja, el lenguaje excesivamente técnico, o incluso farragoso. Otra línea de crítica frecuente proviene de lectores que cuestionan que, en lo concerniente a algunos problemas planteados, no haya un pronunciamiento expreso y taxativo. Infructuosamente, a algunos de tales interlocutores he tratado de aclararles que el objetivo perseguido no era ofrecer una respuesta supuestamente adecuada, sino, justamente, tratar de inducir una posible reflexión al respecto.
Por lo que se refiere a la inteligibilidad de los textos, sí he reconocer que, con carácter general, dentro del pretendido respeto de unos cánones mínimos de rigor, la intención es la de transmitir ideas con la mayor claridad posible. La vocación docente es algo que, una vez asumido, no se puede cambiar. No lograr el objetivo debe, pues, entenderse como un fracaso personal en esa misión voluntariamente afrontada; también, como un reto para buscar otra vía más efectiva. Ahora bien, para ello sería preciso poder tener una interacción personal y directa, sin sujeción a una limitación del número de caracteres, lo que, comúnmente, no es factible.
Así
las cosas, parece claro que es sumamente difícil obtener un rating
objetivo de un artículo breve, aunque seguramente se podría establecer un
listado de criterios de evaluación con sus correspondientes ponderaciones. E
incluso podría ser interesante esbozar los mimbres de una posible teoría
económica elemental acerca de tales artículos.
Como
siempre, puede ser útil distinguir entre el lado de la oferta (autor) y el de
la demanda (lector o destinatario). En el primero, habría que dilucidar, entre
otras, las siguientes cuestiones: i) finalidad (divulgativa, científica,
narrativa, de entretenimiento, de especulación, valorativa…); ii) naturaleza
del contenido (complejidad de los problemas o aspectos abordados, enfoque adoptado…);
iii) nivel del contenido (posición respecto al nivel de conocimiento técnico o
profesional en la materia…); iv) limitaciones de espacio. En el segundo, entre
otras: i) interés suscitado; ii) capacidad de comprensión lectora; iii) nivel
de formación; iv) tiempo de dedicación a la lectura; v) esfuerzo realizado.
Esa
doble perspectiva puede servir para identificar nuestra posición en una y otra
vertiente: qué rasgos definen nuestros posibles perfiles como autores
y/o lectores.
Una
conclusión sería que la valoración de un artículo debería estar acompañada por alguna
catalogación desde el punto de vista la oferta y también por algún indicador sintético
referente al emisor de dicha valoración.
“Si
leemos algo con dificultad, el autor ha fracasado. Por eso considero que un
escritor como Joyce ha fracasado esencialmente, porque su obra requiere un
esfuerzo”.
Por
muy increíble que parezca, es la anterior una opinión expresada por…
En
fin, si ya es difícil esbozar una teoría acerca de un modesto artículo de opinión,
la teoría de la creación literaria nos eleva a otra dimensión.
Ese
mismo autor innombrado dejó escrito lo siguiente: “Salvo el ambiente del
Quijote… y hasta de tu próximo libro (si eres autor) nada conozco que sea digno
de una inmortalidad de renombre. Sólo hay éxitos de amistad, de intriga, de
fatalismo”.