2 de diciembre de 2021

Economía real: de la abundancia a la escasez

 

A lo largo de los últimos años hemos asistido a un despliegue de los perfiles de los paradigmas económicos de la nueva era: globalización, cambio tecnológico, economía colaborativa, gig economy, digitalización, sostenibilidad, transición energética, expansión monetaria permanente, abundancia, inmediatez…

Ante un horizonte con ausencia de inflación, los principales bancos centrales han venido prorrogando sucesivamente sus programas de compras de títulos públicos y privados, y manteniendo los tipos de interés muy próximos al cero o incluso en terreno negativo. Y ello a pesar de que la recuperación de la debacle económica ocasionada por la Covid-19 estaba siendo más rápida de lo que podía esperarse inicialmente.

Aunque las advertencias lanzadas por algunos analistas sobre el resurgimiento de precios al alza eran habitualmente tomadas con escepticismo o desdén, lo cierto es que el lobo de la inflación ha hecho acto de aparición. El Fondo Monetario Internacional (FMI) espera que ese ímpetu se frene pronto, pero no deja de apuntar la existencia de una serie de factores de riesgo.

De una situación económica caracterizada por la abundancia y la disponibilidad inmediata de bienes a precios estabilizados, hemos pasado a otra de rigideces y limitaciones por el lado de la oferta, perturbaciones en las cadenas de suministro, y elevaciones de precios de la energía y de otros productos. “Chips and ships shortage” (insuficiencia de microchips y de cargueros) es una expresión de moda como reflejo de una coyuntura inesperada. Debido a los cuellos de botella en las cadenas de producción, la producción industrial de la Eurozona cayó en agosto de este año por debajo de los niveles prepandémicos, y factorías automovilísticas se han visto obligadas a parar su actividad ante los déficits de materiales, particularmente de semiconductores. Los tiempos de entrega de mercancías han alcanzado niveles máximos desde finales de 2020, y hay empresas que han pasado a gestionar sus propios buques de carga, y otras que están desplazando sus puntos de abastecimiento más cerca de sus centros productivos (“nearshoring”), como nuevas fuentes de competitividad.

Una parte de la culpa hay que buscarla, evidentemente, en el impacto del coronavirus, algunos de cuyos efectos se manifiestan con desfase temporal. Asimismo, el enorme estímulo económico puesto en marcha globalmente ante la pandemia ($10,4 billones) ha propiciado un repunte, con un gran volumen de gasto de consumo que ha tensionado unas cadenas globales de producción que habían carecido de la inversión necesaria. La demanda de artículos electrónicos durante el confinamiento ha influido igualmente en el déficit de microchips. La escasez llega también, selectivamente, al mercado de trabajo, donde es significativo el alto número de vacantes de empleo que no se cubren.

No obstante, como ha señalado The Economist, la nueva economía de la escasez es el producto de fuerzas más profundas. El proceso de descarbonización y la consiguiente transición hacia las energías renovables han originado un aumento de los precios del gas natural y de los derechos de contaminación. Además, el repliegue previsible de las inversiones en pozos petrolíferos, plantas de gas natural y minas de carbón generará incrementos de precios. En un mundo en el que los combustibles fósiles representan aún un 81% de las fuentes de energía primaria globales, lo anterior tendrá consecuencias negativas para familias y empresas, que tendrán el consuelo, poco apreciable a corto plazo, de que se acelerará la transición hacia energías más limpias y baratas. La “greenflation” emerge como un peaje en ese tránsito.

Mientras tanto, el alza de precios puede deprimir la demanda de bienes duraderos y de inversión, y socavar la confianza de los consumidores. Las reminiscencias de los años 70 se insinúan en el horizonte, con el amargo recuerdo de tasas de inflación de dos dígitos y estancamiento económico. Casi nadie espera que se repita aquel escenario, pero, como reconoce el FMI, el futuro es ahora más impredecible de lo que era usualmente.

John H. Cochrane sostiene que la escasez actual ha de cambiar las ideas económicas, que hasta ahora habían despreciado la vertiente de la oferta, sacralizado la expansión monetaria, abogado por la instauración de desincentivos laborales, e ignorado los costes de la transición energética. ¿Estamos ante una “revancha de la oferta”?

(Artículo publicado en el diario “Sur”)



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